En esta última década, más o menos, hemos visto un cambio brutal en la forma en la que consumimos ocio y cultura. Se ha vuelto algo mucho más instantáneo, más casero y muchísimo más a la carta. Ya no hay que ver una de las películas que están en cartelera o dejarse una pasta en dvd, ni soportar la terrible incomodidad de bajar a la calle e ir a un local concreto para poder ver una película. Ahora tenemos en la mano cientos o miles de películas y series, para ver casi en cualquier momento y a cambio de una pequeña parte del dinero que nos costaría verlas hace unos años (suponiendo que queramos pagar, claro). Los videoclubs han sido casi exterminados de la faz de la tierra y sustituidos por una versión actualizada y muchísimo más eficiente de ellos mismos: los servicios de streaming. Netflix, HBO, Disney+, Filmin y otros cuantos algo menos conocidos se han hecho un hueco en las carteras y los dispositivos de cientos de miles de usuarios y consiguen, ayudados por un poco de fiscalidad creativa, beneficios millonarios (bueno, o eso conseguirán en el futuro, ahora mismo algunos trabajan a pérdidas). Está bastante claro que este tipo de servicios son el futuro y que hay muchos intereses económicos en ellos.
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Este tipo de servicios de streaming, basados en la total libertad de acceso a sus contenidos y en la disponibilidad absoluta están cambiando la forma en la que consumimos historias también. Hace no mucho el cine era el rey indiscutible, pero ahora las series están cada vez comiendo más terreno. ¿Por qué? Porque pudiendo ver una serie al ritmo que uno quiera y sin tener que esperar retransmisiones semanales con pausas publicitarias es un medio que cuenta una historia mejor, porque tiene más tiempo. Más tiempo significa más desarrollo de personajes, más posibilidades de exploración del mundo y más interés creado para los momentos. Y más horas de metraje significa más tiempo que una persona debe pagar la cuota si quiere seguir consumiendo la serie. Por lo tanto, es un sistema que beneficia a las empresas y a los consumidores y en consecuencia está ganando fuerza a un ritmo increíble.
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Juego de Tronos es una de las series que ha contribuido en mayor medida a su popularización |
Pero, como siempre, esto crea problemas. ¿Cuál? Pues en este caso un oligopolio. Que no es que la industria cinematográfica fuera precisamente un mundo de libre competencia con Disney, Fox, Metro y Weinstein por ahí, pero al menos era posible para una productora más pequeña hacer una película y distribuirla. Existen festivales de cine a todos los niveles donde enseñar una película de bajo presupuesto. Existen cines controlados por pequeños empresarios. Existen distribuidoras ajenas a las grandes compañías cinematográficas que pueden trabajar con estas productoras más pequeñas, pero, ¿cómo trabajas contra una gran empresa cuando esta controla el canal de distribución? No hay alternativa a los grandes servicios de streaming si lo que quieres es hacer una serie. No solo porque iniciar un servicio como ese requiere una infraestructura considerable, sino porque es prácticamente imposible conseguir la visibilidad fuera de ese circuito. Piensa, ¿cuándo fue la última vez que oíste hablar de una serie sin que esta fuera de HBO, Netflix, Disney o Amazon? Cuando alguien va al cine tiene menos reparos en invertir su tiempo y dinero en ver una película de la que apenas ha oído hablar, porque por muy mal que vaya, van a ser dos horas, pero pagar una suscripción e invertir ocho o diez horas como mínimo, eso ya es harina de otro costal.Es cierto que está surgiendo una alternativa a todo esto que son las webseries, publicadas en otros canales como YouTube o incluso en páginas propias. Por lo general producciones pequeñas, de gente con mucho más amor a lo que hace que recursos y que intenta que alguien vea lo que ha grabado. Pero, ¿qué posibilidades les quedan a esos productores pequeños si estos grandes medios pueden financiar con cientos de miles de dólares las siguientes temporadas y solucionarles la vida? El futuro de lo que haces asegurado es mucho que ofrecer a alguien.
Tras tanto hablar, ¿cuál es el verdadero problema de un oligopolio como este? Bueno, hay muchos. En primer lugar un mercado con muchos actores es mucho mejor para el consumidor que uno con unos poco capaces de ponerse de acuerdo entre sí. En segundo lugar que todas estas empresas controlan férreamente sus contenidos y es imposible introducir ideas nuevas sin que ellos lo permitan (valga de ejemplo la horrible forma de representar al colectivo LGTB+ que traté aquí). Pero si el control de contenidos en el medio que a todas luces será la influencia cultural principal de la próxima década y la relativa menos competitividad en el mercado del ocio no es suficiente para estar preocupado por esto del oligopolio, quizá habría que tener en cuenta la enorme importancia de la industria del ocio y la capacidad que tiene para blanquear a sus dueños. Porque que recientemente Disney haya decidido incluir un poquitín de orientaciones sexuales diferentes a la heterosexualidad y algunas personas de un color que no sea el blanco puede hacernos olvidar el tremendo bagaje de falta de representación (cuando no de directa burla) que tiene detrás. Porque que Amazon esté haciendo series buenísimas y fascinantes quizá nos haga olvidar que detrás tiene unas condiciones laborales horrendas y que muchos de sus trabajadores en EEUU apenas tienen para vivir con lo que cobran. Y porque que las series sean bonitas, entretenidas, cuenten historias alucinantes o directamente se conviertan en la nueva forma de expresión cultural dominante no nos debe hacer olvidar que son un negocio y que se encuentran controladas por unas pocas manos concretas, que pueden utilizarlas para su propio beneficio.
Un último apunte antes de acabar: hay muchas iniciativas sin ánimo de lucro que ponen a disposición del público general contenidos de estas empresas. Incluso páginas que se lucran a través de anuncios son, en mi opinión, mejores sitios donde consumir este tipo de contenidos. Yo intento utilizar siempre que puedo RebeldeMule.