El sistema de partidos y la pandemia

Hace más o menos un año escribí en este mismo blog una entrada en la que hablaba de cómo la propia construcción de los partidos políticos y los sistemas derivados de esta misma construcción convierten la política y gestión públicas en un concurso de popularidad (AQUÍ). Así, los miembros de un partido, ya sean votantes, afiliados o cargos del mismo necesitan seguir una línea ideológica muy concreta para no desentonar con el aparato electoral, porque la política deja de estar centrada en las propuestas que uno considera que son necesarias para mejorar o arreglar el mundo y pasa a estar centradas en las propuestas que uno considera que pueden dar más votos o ganar un espacio político determinado. Pero que la política es un juego de popularidad lo sabe prácticamente todo el mundo, y queda hasta algo rancio decir que tu confianza en las instituciones es inexistente porque “son todos iguales” o “solo quieren ganar votos”. Es cierto que no son todos exactamente iguales, al menos no en propuestas y apariencia externa, pero todos (y con esto me refiero a partidos políticos y por ende a sus cargos) participan y han sido creados y pulidos para conseguir el mayor beneficio posible de un sistema que premia la popularidad. Todos los partidos políticos buscan votos, y todos son esencialmente la misma maquinaria puesta a funcionar con una capa de pintura de un color diferente cada vez. 
¿Esto en qué se traduce? En continuas salvajadas por parte de los portavoces y caras conocidas de los partidos políticos, mentiras, medias verdades, fake news de esas y en general hacer ruido para que les escuchen. Da igual que digan, lo que les importa es que alguien les escuche porque saben que así es como se consiguen votos. Y con esto de la pandemia hemos llegado a cotas que si no indignan a la mayoría es porque estamos totalmente insensibilizados. Tirarse los muertos a la cabeza es algo que en España se lleva mucho, desde los de ETA hasta los de la Guerra Civil y cualquier otro que se nos ponga por medio. Con esto de la pandemia se han utilizado las cifras de muertos primero para justificar desde la oposición el que no estábamos tan mal como para confinarnos a todos, después para justificar ataques con que se debía haber confinado antes, después para exigir que se acabase el confinamiento, ahora para decir que no se debería haber acabado tan pronto… Da igual. La hemeroteca de este último año es una muestra clara de que no importa el mensaje, sino que importa el decir cosas. Una de los ejemplos más evidentes de esto es que se repite constantemente que la gestión del gobierno actual ha sido la peor del mundo (¡literalmente!), cuando es algo que las cifras desmontan en seguida. La gestión no ha sido buena, eso está claro, pero España no se encuentra ni siquiera entre los tres primeros países en ningún dato relacionado con la pandemia, ni absoluto ni relativo. 
Hay quien podría pensar también que este es un mal endémico o bien de la derecha o bien de los llamados partidos “populistas”. No, eso es completamente falso. No existen los llamados partidos “populistas” porque todos lo son necesariamente. Para ver que esto es así basta con comprobar las promesas electorales de los últimos años y su cumplimiento una vez en el poder. ¿Es problema de la derecha entonces? No tampoco. Los partidos de izquierda o progresistas o como quieras llamarlos utilizan técnicas y estrategias similares para controlar el discurso y rascar votos de cualquier parte. De nuevo la hemeroteca ayuda a ver como en la situación de oposición, la izquierda sigue la misma línea argumental de criticar absolutamente todo lo que hace el gobierno aunque eso contradiga sus propias propuestas, porque es lo que se espera de ellos y lo que da votos. En situación de gobierno utilizan cualquier pequeña victoria o posible distracción para anotarse tantos o tapar los datos negativos. En los últimos meses, de memoria y sólo en España, el gobierno ha utilizado primero la pandemia y luego la IMV para esconder los escándalos de grandes dirigentes de UP, la no derogación de la Reforma Laboral o de la Ley Mordaza, la gestión de la pandemia con vistas a continuar la producción, el poco control de los brotes originales, la nefasta infraestructura médica y su poca disposición a mejorarla, los muchos problemas de los diferentes niveles de gestión del estado, las tendencias políticas conservadoras en partidos supuestamente progresistas, la nula intención de resolver problemas sociales graves en mitad de una pandemia,… Y repito, todo de memoria y sólo en los últimos meses.

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Contra esto muchas veces se da el argumento de “los otros son peores”. No, son exactamente igual de malos aunque unos se maquillen como mejores para ti. ¿Que la derecha no hubiera puesto el IVM? Sí, pero aun así es muchísimo menos de lo que prometieron y lo han vendido como la mayor victoria de la democracia. ¿Que la derecha hizo la Ley Mordaza y la Reforma Laboral? Sí, pero el gobierno “progresista” no ha derogado ninguna ni antes de la pandemia ni después. Y por el otro lado igual. ¿Que el PSOE tuvo una caso gordísimo de corrupción en Andalucía? Sí, y el PP en muchos otros sitios. ¿Que Pablo Iglesias ha ido en contra de lo que él mismo decía comprándose una pedazo de casa de más de medio millón? Sí, y el supuestamente liberal Abascal ha vivido de dinero público toda su vida. Este juego de culpar al otro de ser peor es una estupidez y se desmonta rápido. No es que un lado sea peor que el otro, es que ambos lados son nefastos, porque es a lo que nos lleva el sistema político basado en la popularidad.

Una de las consecuencias de este sistema basado en la popularidad es que, irónicamente, crea hastío y menos participación electoral

Esta pandemia es únicamente un ejemplo más, si bien uno bastante exagerado, de que a la política solo le interesa el mundo lo suficiente como para poder seguir obteniendo votos de ella, y que sus formaciones y representantes están tan enquistados en el propio sistema que es imposible separarlos de este. Ningún partido político será jamás bueno porque la propia existencia de los partidos los convierte en algo canceroso que busca replicarse sin importar cómo, ningún representante político será jamás bueno porque el propio sistema premia sobremanera a los que saben jugar a ser populares se pinten del color que se pinten. No es cuestión de confianza, de esperanza ni de necesidad: todo esto está podrido desde su misma concepción y no cuentan con los vivos ni con los muertos más que si pueden sacar unos votos.