Sobre el qué y el por qué de la literatura

A veces me da por acordarme que la idea original de este blog era hablar sobre literatura y se me ocurre un tema para escribir que por lo general conlleva meterse con alguien o algo. Bien, hoy no es una excepción. Hoy vamos a hablar de páginas y de ser excesivo. 
Empecemos por el principio: lo libros tienen páginas. Sí, eso es cierto, e incluso algunos usan esas páginas como soporte para un tipo especial de dibujo llamado escritura y después, un avispado lector descifra esos dibujos entendiendo de alguna forma (no descarto que sea magia) lo que el escritor original ha querido explicar. Si lo piensas bien, es un proceso increíble, extremadamente útil y que todos, incluso los que no leen por ocio, realizamos cientos o miles de veces diarias. Este proceso fue literalmente lo que sacó al ser humano de la prehistoria (aunque fuimos nosotros mismo los que lo decidimos, así que realmente no significa mucho). Años después algún iluminado decidió que eso de contar ovejas y trigo estaba muy bien pero que con esto podría contar una historia que se preservara durante cientos de años. Y pum, la literatura como ocio surgió. Lo más antiguo que conservamos en este sentido, el poema de Gilgamesh, tiene más de 4.000 años de vida, y nos ha llegado, así que era cierto que servía para conservar. 
Araceli Rego, de lo humano a lo divino: EL POEMA DE GILGAMESH
Poema de Gilgamesh en formato bolsillo
Esto fue escalando poco a poco hasta que hacia el S. XIV un señor llamado Gutenberg decidió que escribir a mano estaba sobrevalorado y que mejor hacerlo con planchas de maderas llenas de letras metálicas embadurnadas en tinta (aunque parece ser que a algún chino se le ocurrió antes la idea). Esto, aparte de dar un empujón enorme al sector de las letras de metal, hizo que los libros se extendieran muchísimo por una Europa a la que no le hubiera venido mal leer más y quemar menos. Con este impulso llegamos a finales del S. XVIII cuando un grupo de señores franceses decide que la gente normal debería leer libros también y que cortarían la cabeza al que opinara distinto (bueno, igual había otros motivos para lo de cortar cabezas). Esto se les va de las manos mucho y llegamos al periodo actual, en el que se imprimen libros como que fueran a prohibirlo y es algo tan extendido que estaba de moda no leer porque pa qué. Es increíble lo rápido que parece un proceso de 4.200 años resumido en un par de párrafos cortos. 
Johannes Gutenberg - Wikipedia, la enciclopedia libre
Gutenberg, inventor de la imprenta moderna (o no)
Bueno, a lo que iba cuando me he puesto a escribir esto: los libros tienen páginas por encima de sus posibilidades. Parece que ahora la calidad de una obra se mide por el número de páginas en vez de por la calidad propiamente dicha. Si alguien vendiese ahora libros al peso, se forraba. O bueno, también hay otra opción, que es sacar muchos libros cortos pero siguiendo la misma historia. Eso es ya si quieres ganar mucho más dinero por el mismo esfuerzo. Esta es una tendencia que se observa especialmente en la literatura fantástica, donde cada autor quiere crear un mundo tan vivo y con tantos misterios y cosas que terminan siendo más complejos que el mundo real y necesitando 2.000 páginas sólo para describir el mundo. Sin duda el señor J.R.R. Tolkien tiene algo que decir sobre todo esto, ya que es bastante probable que todo sea su culpa. Suya y de su jodida manía de describir hasta la composición atómica que tenía el papel de váter que usaba Sauron en la segunda edad. Y sí, es evidente que un mundo complejo como la Tierra Media tiene mucho de lo que hablar y muchos misterios por revelar y muchas localizaciones para ver, pero tampoco pasa nada si se deja algo a la imaginación. 
CdHyF, El Señor de los Anillos, o Geralt de Rivia? - ForoCoches
Tolkien se aburría mucho, y eso ha influido demasiado en la literatura fantástica moderna
Al final de lo que me quiero quejar aquí es de que los autores usan como excusa su historia para vendernos un mundo, más o menos complejo y más o menos interesante, pero un mundo al fin y al cabo. Y considero que eso está bien, excepto porque considero que no lo está tanto. Que no se me entienda mal, me gustan este tipo de novelas (aunque El Señor de los Anillos es bastante asquerosa de leer) pero considero que el libro no es el mejor formato para hacer estas cosas. Al menos no como formato único. El ansia por explicar el mundo muchas veces ahoga la propia historia, la hace pesada y con partes infumables pero necesarias para explicar un acontecimiento que ocurre quince capítulos más allá. 
Pero claro, si no explican de alguna forma lo que ocurre, luego se corre a quejarse de ex machina y de que se lo han sacado del ojete para acabar bien la historia. Debemos como lectores aprender a disfrutar del misterio que encierra una historia que no te desvela todo, quizá porque los personajes no lo saben, quizá porque el propio autor solo tiene una idea aproximada de lo que ocurre. Qué más da. Es más, debemos atesorar esos pequeños momentos de incertidumbre que encontramos en estos tsunamis de información que son las sagas de literatura fantástica moderna. Los guiños, las pistas, las posibilidades. Hablar y discutir con amigos sobre el qué y sobre el por qué. Crear una historia paralela buscando explicaciones que quizá no sean acertadas, pero que no importe. Convertir esa historia en algo propio, algo especial, algo de lo que puedas discutir cuando conoces a otra persona que también ha leído esa saga. Que todo deje de solucionarse con “es canon”. Me la suda el canon y me la suda la opinión del autor, una vez lo escribe, y yo compro el libro es mío y puedo hacer con él lo que me dé la gana. 
Pero sin ese espacio de incertidumbre, ese espacio de cosas no explicadas, no es posible. No quiero saber por qué algunos Adem van de rojo y otros de blanco, quiero imaginármelo. No quiero saber quién es Azor Ahai, quiero imaginármelo. No quiero saber por qué Rashek es tan poderoso, quiero imaginármelo. Conocer el qué es en lo que se basa contar historias y escribir novelas, pero dar el por qué le quita la gracia. Empecemos, como lectores y escritores, a pararnos en los por qués sueltos que encontremos por ahí y a regodearnos en ellos. Porque ahí está la gracia. O quizá no.