Sobre la España vaciada: el frontón ha muerto, ¡viva el pádel!

Se ha hablado mucho los últimos años sobre la España vaciada, ese yermo despoblado consecuencia de un modo de producción para el que las poblaciones pequeñas no son rentables. La macrocefalia de esta hidra, con cabezas en Madrid, Barcelona y el País Vasco no ayuda. Pero tampoco ayudan las ideas que vienen desde dentro. Las generaciones anteriores, las que vivieron el éxodo a las grandes ciudades, muchas veces en carnes ajenas, aún sienten que la mejor salida para la vida consiste en largarse de esta zona alejada de la mano de dios y vivir (y trabajar) en algún sitio en el que se pueda ganar dinero. Las generaciones más jóvenes, que han vivido esas ciudades sin vivir los pueblos, quieren intentar otra cosa, aunque sea deshacer todo lo que sus padres y abuelos hicieron. Es una forma de decir que seguir avanzando no es siempre el camino. Y son las generaciones anteriores las que generalmente tienen el poder, partiendo del nivel local y llegando hasta el nivel supranacional.

Hay una cosa en concreto, que a mi me molesta bastante, y que muestra en mi opinión esta forma de pensar de los pueblos como lugares a los que se va durante dos semanas en verano y poco más, en lugar de ser sitios donde se intenta vivir y retener población todo el año. Si por el título no era evidente, son las pistas de pádel. Y por desgracia, también los frontones.

 
El XI Open de frontenis “Villa de Pedrola” estrenará la pista de frontón  tras su remodelación - Ayuntamiento de Pedrola
Frontón público

Desde hace unos años, parece que las pistas de pádel han aparecido como setas. Cualquier ayuntamiento con un poco de terreno y ganas de conseguir unos cuantos votos para las próximas elecciones tira de los fondos de “desarrollo rural” (hay que joderse con el nombre) que vienen de la UE y convierte un solar en algo que llama la atención de la gente y ya de paso hace como que se preocupa por la gente. Porque no nos engañemos, esto es algo extremadamente cortoplacista. Si de verdad quisieran ayudar a la gente y fijar población, gastarían dinero en infraestructura necesaria para producir y vivir mejor, como buenas conexiones a internet o repararían la infraestructura ya existente y en uso como carreteras, caminos y, por qué no, los frontones.

Porque frontones ha habido desde hace mucho. Mis abuelos ya jugaban a juegos de frontón cuando eran jóvenes en cualquier pared medianamente recta que pudieran encontrar. La primera medalla olímpica que España consiguió fue en un juego de frontón. Tirar una pelota contra una pared una y otra vez es una de las formas más comunes de juego en toda la España vaciada, junto con tirar una cosa que pesa a una zona concreta. Y sí, se podría clasificar el pádel como deporte de pelota y pared, pero las diferencias son notables. Y como no quiero que esto sea un alegato chovinista defendiendo los frontones por ser “nuestros” y odiando al pádel por no serlo, así que voy a intentar argumentar un poco. 

 
Instalaciones Deportivas - Pistas de pádel y tenis de la Ciudad Deportiva  del Cruce de Arinaga - Ayuntamiento de Agüimes
Pista de pádel pública

En primer lugar está la infraestructura. Los frontones ya están construidos y siguen en uso, lo que les hace mucho más baratos que el pádel, que requiere pistas construidas desde cero, aunque admito que este argumento es un poco absurdo y muy fácil de desmontar.

En segundo lugar están las posibilidades de juego. Para jugar al pádel hacen falta un mínimo de dos personas y un máximo de cuatro. El frontón no tiene estas limitaciones. Jugar solo es posible y suficientemente divertido y el número de jugadores, aunque siga siendo óptimamente cuatro, puede aumentarse hasta muchos más. El frontón es más grande y se adapta mucho mejor a variedades de jugadores. Yo he jugado con decenas de personas a la vez. Y además, la propia pista se presta a otras cosas que no sean juegos de pelota y pared, duplicándose como pista de baloncesto, fútbol, de baile, para eventos… Me gustaría ver una verbena en una pista de pádel, la verdad.

En tercer lugar, está la accesibilidad. Un juego de pared es inherentemente más adaptable a todo tipo de movilidades que uno de red, lo cuál hace que cumpla mucho mejor su objetivo de ser algo para todos, o al menos para la mayoría. Y en este punto, quiero hablar también de la forma de construir. Porque aunque se puede hacer ambos de otras maneras, lo más común es que los frontones de los pueblos sean espacios completamente abiertos y disponibles para cualquiera y las pistas de pádel estén cerradas con llave.

Esto último es solo la prueba más evidente de las intenciones de construcción de ambas cosas. Los frontones son, estirando mucho la comparación, los baños públicos del imperio romano, construidos pensando en servicios públicos para todo el mundo, un sitio al que cualquiera en cualquier momento pudiera ir y jugar casi independientemente de sus posibilidades, a la vez que esa infraestructura pública se podía utilizar para otras cosas sin perjudicar el uso principal más que temporalmente. Las pistas de pádel, por otro lado, se parecen mucho más a los monumentos públicos. Su utilidad no es tanto la pública como la propagandística. Sí, se pueden utilizar para algo concreto, pero los que mandan construirlos no lo hacen con esa intención, si no con la de que se vea que los están haciendo.

En definitiva, las formas en las que se invierte el dinero público son un buen termómetro de las intenciones políticas que hay detrás. El caso de los frontones y pistas de pádel no es más que un ejemplo que a mí me molesta particularmente, pero sirve (espero) para ejemplificar cómo las intenciones políticas hacia y desde los pueblos han cambiado. Llenar la España vaciada de personas que vienen dos semanas al año no va a salvarla, igual que llenar la costa de turismo no es un plan viable a largo plazo. Queda bien cuando se hace, lo admito, pero si te pones a pensar en las consecuencias, llegas a conclusiones muy oscuras.

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