Stirner sobre la Justicia

por Tak Kak (pseudónimo de James L. Walker)

En la página 79 de su libro, titulado Der Einzige und sein Eigentum (NT: en alemán en el original), Stirner habla del insidioso renacer de ideas sagradas y su dominación, ya que a los hombres se les enseña a considerarse consagrados, a renunciar a sus propios deseos, en favor, por ejemplo, de la familia, el país, la ciencia, etc. y a ser sirvientes devotos de los mismos.

Aquí, [dice] nos topamos con la estupidez inmemorial del mundo, que aún no ha aprendido a ignorar la superchería sacerdotal. Vivir y trabajar por una idea se propone como suprema vocación para un hombre y de acuerdo a su fidelidad se mide su valor humano. Esta es la dominación de la idea, o de la superchería. Robespierre, por ejemplo, y Saint-Just, y los demás, fueron completamente sacerdotes. Por ello, Saint-Just exclamaba en un discurso:


“Hay algo terrible en el amor sagrado al país. Es tan exclusivo que sacrifica todo al interés público sin pena, sin miedo, sin humanidad. Arroja a Manlio al precipicio, sacrifica inclinaciones privadas, conduce a Régulo a Cartago, lanza a un Romano al abismo y coloca a Marat en el Panteón como sacrificio para su devoción”.

Un mundo de incontables intereses “personales” profanos se oponen a los defensores de intereses ideales o sagrados. Ninguna idea, ningún sistema, ninguna causa sagrada es tan grande que no debería ser modificada por estos intereses personales. Incluso si en tiempos de furia y fanatismo están momentáneamente silenciados, pronto se vuelven prominentes por la “intuición popular”. Esas ideas no consiguen la victoria absoluta, en tanto y a no ser que, dejen de ser hostiles a los intereses personales, es decir, en tanto y a no ser que, satisfagan el egoísmo.

El hombre que anuncia castañas bajo mi ventana tiene un interés personal en una venta rápida y si su mujer o cualquier otro le desea esa venta rápida, eso es también un deseo personal. Si, por otro lado, un ladrón le robase la cesta, habría a la vez intereses de muchos, de la ciudad, de todo el país o, en una palabra, de todos a los que les repugnase el robo: un interés para el cual la persona del vendedor de castañas sería indiferente y en cuyo lugar la categoría de “el robado” aparecería como lo más importante. Pero también aquí puede todo convertirse en un interés personal, cada participante pensando que debe ayudar en castigar el robo porque, de otra manera, el robo sin castigo se volvería general y él perdería sus posesiones. Hay muchos, sin embargo, para los que ese cálculo no se presupone. Sin embargo, se oirá que el ladrón es un “criminal”. Aquí tenemos un juicio, el acto del ladrón tratándose dentro del la concepción “criminal”. Ahora el asunto se presenta de esta manera: si un crimen no me afecta a mí o a ninguno de los que me importa, debo sin embargo fanatizarme en su contra. ¿Por qué? Porque soy partidario de la moral, saciado con la idea de moralidad. Menosprecio lo que es hóstil a esta. Aquí acaba el interés personal. La persona concreta que ha robado la cesta me es indiferente. Me interesa solo el ladrón, esta idea de la que esa persona representa solo un ejemplo. Ladrón y hombre son en mi mente términos irreconciliables, porque quien es un ladrón no es un verdadero hombre (NT: “hombre” aquí tiene la connotación de “persona”, “ser humano”). Deshonra al hombre y a la humanidad que hay en él cuando roba. Pasamos de la preocupación personal a la filantropía, que se suele entender erróneamente como amor hacia el hombre, hacia el individuo, cuando no es más que el amor hacia el hombre, el falso concepto, el geist. El filántropo lleva en su corazón no a tous anthropous, los hombres, si no a ton anthropon, el hombre. Por supuesto que se preocupa de cada individuo, pero solo porque le gustaría ver a su amado ideal efectivo en todas partes.

No hay aquí idea de cuidado hacia mí, hacia tí o hacia nosotros. Eso sería interés personal y concerniente al capítulo de “amor terrenal”. La filantropía es un amor espiritual, divino, sacerdotal. El hombre se debe establecer en nosotros aunque nosotros, pobres diablos, seamos destruidos en el proceso. Es el mismo principio sacerdotal que el famoso fiat justitia, pereat mundus (hágase justicia, aunque el mundo perezca). El hombre y la justicia son ideas, fantasmas, por amor a los cuáles todo se sacrifica: las mentes sacerdotales son por tanto las que sacrifican…

Las cosas más multiformes pueden pertenecer y ser tenidas en cuenta por el hombre. Si su requisito principal es la fe, el sacerdocio religioso aparece. Si se cree que están en la moralidad, el sacerdocio de la moral levanta su cabeza. Es por ello que las mentes sacerdotales de nuestro tiempo quieren hacer de todo una religión; una religión de la libertad, una religión de la igualdad, etc., y hacen a cada idea una “causa sagrada” por ello, incluída la ciudadanía, la política, la publicidad, la libertad de prensa, el jurado, etc.

En este sentido, ¿cuál es el significado de altruismo? ¡Tener solo intereses ideales, para los cuales la propia persona no se tiene en cuenta!

El hombre realista se resiste a esto, pero aun así, durante miles de años, ha acabado cediendo, doblando su rígido cuello y “reverenciado al poder superior”. El sacerdocio le ha reprimido. Cuando el egoísta de cualquier parte se ha quitado de encima un poder superior – por ejemplo, la ley del Antiguo Testamento, el Papa de Roma, etc. – ha aparecido uno siete veces superior, por ejemplo, un credo en vez de la ley; la transformación de los laicos en un clero especial, etc. Ha ocurrido con él lo mismo que con el hombre poseído, que nada más creerse libre del demonio, entraron en él siete demonios más.

En el extracto previo se ve como el autor se pone en la piel del hombre cotidiano cuando la generalización “crimen” atrapa a la multitud. Ofrezco este fragmento como contribución egoísta a esa justicia que falta por constituirse.

Publicado por primera vez en Liberty. 4, 18.

(Nº 96, 26 de Marzo de 1887)