Que teman la memoria para que no vuelva a ocurrir

Hay rulando por las redes sociales (al menos por las mías) una frase del escritor Omar el Akkad que dice algo así como “un día, cuando sea seguro, cuando no haya ningún inconveniente en llamarlo genocidio, cuando ya sea demasiado tarde, todos dirán que siempre estuvieron en contra”. Y si no se te viene a la cabeza una o varias personas concretas a las que se le pueda aplicar esa frase, es porque no escuchas las declaraciones de las figuras públicas de básicamente cualquier círculo. Porque lo mismo que hay quienes levantan la voz y utilizan su plataforma para denunciar este genocidio, hay quienes se ponen de perfil cuando les toca posicionarse al respecto.

Porque los hijos de puta que andaban contentos de apoyar el genocidio de forma pública se han ido escondiendo conforme las noticias y las atrocidades seguían llegando (al menos en España) y ahora entienden que unas declaraciones como las que se atrevían a hacer hace dos años ya no son solo polémicas, si no abiertamente dañinas para su imagen. Lo que queda, gracias principalmente a una presión social cada vez más grande, son las declaraciones de gente que está tan perdida en su propio mundo que no se da cuenta de lo que está defendiendo realmente. Perico Delgado comentando las protestas de este domingo y enfadado por que se cancelase lo que para él era sin duda algo importante como la última etapa de La Vuelta, pero que siendo sinceros es una de las víctimas menos importantes de lo que podrían ser las protestas contra el genocidio. El PP con Ayuso a la cabeza dando su apoyo tácito al genocidio solo para meterse con el gobierno. Eso es lo que le ha quedado al estado genocida de Israel en la opinión pública española después de la campaña de blanqueamiento que lanzó tras aquél 7 de Octubre. El apoyo público al genocidio ha desaparecido, arrasado por la ola de solidaridad y empatía que ha seguido creciendo día a día en este país.

Y sin embargo, no es suficiente. En un caso de genocidio, no es suficiente no apoyarlo públicamente. Y cualquier figura pública (y privada) que no se declare abiertamente en contra de lo que Israel está haciendo en Gaza debe ser sospechosa de estar a favor de lo que ocurre y tratada en consecuencia. La situación es demasiado grave para andarse con medias tintas.

Es cierto que para las figuras públicas posicionarse en contra del genocidio puede tener consecuencias, principalmente porque el mayor promotor cultural del mundo, el gobierno de los EEUU, está abiertamente a favor de Netanyahu y sus barbaridades. Pero la falta de posicionamiento no se puede confundir con cobardía. Si fuera miedo a las consecuencias sociales y económicas de su posicionamiento tampoco participarían en actos, programas y eventos que ayudan a blanquear la imagen de un país genocida. Lo que es en realidad es avaricia. Esa posición es económicamente beneficiosa, porque los que tienen dinero son lo suficientemente listos como para saber que los actos importan más que las palabras y que su participación en eventos producidos en los que Israel o sus ciudadanos participan en condiciones de igualdad son buenas herramientas de propaganda. Y esas figuras públicas, al menos la mayoría de ellas, lo saben también. Y les da igual, porque su interés principal es ganar todo el dinero posible, más allá de chorradas como los principios.

Y personalmente creo que quien apoya, aunque sea indirectamente, un genocidio tan evidente por dinero, hará cualquier otra cosa para seguir ganando dinero. Y no creo que personas que consideran ganar dinero algo más importante que la vida de cientos de miles de seres humanos merezcan nada, ni siquiera perdón. Y no tengo dudas que esa misma gente que participa en carreras junto a corredores israelíes, que juega en competiciones “europeas” contra equipos israelíes, que canta en festivales cuyos beneficios contribuyen a la construcción de casas de lujo en tierras ocupadas, que canta en uno de los mayores eventos publicitarios del año al lado de soldados de un ejército genocida y que contribuye a que la bastante abultada inversión del gobierno israelí en propaganda tenga el máximo efecto posible hubiera hecho algo parecido en la década de los cuarenta.

Como sociedad, si queremos sacar algo en limpio de toda esta barbaridad, deberíamos fortalecer la memoria colectiva. No podemos permitir que quienes han sido de alguna forma colaboradores puedan simplemente dejar todo atrás cuando todo esto acabe. Que lo llamen genocidio mil veces cuando ya no haya consecuencias por ello no debería servir para ocultar que cuando pudieron dejar de ganar algo de dinero (y ya tenían suficiente para vivir sin necesidad de más) no quisieron hacerlo. Tienen que temer la memoria del pueblo, la que no debe olvidar quiénes y en que lado estuvieron.

Porque aunque esta vez ya no haga mucha diferencia, viendo cómo está la situación, a esto se ha llegado poco a poco, durante décadas, y entre otras cosas, las figuras públicas han aportado su granito de arena apoyando y blanqueando las existencia de un estado necesariamente genocida. Y aunque la próxima vez, si hacemos lo que tenemos que hacer, no se materializará y nunca seremos conscientes de lo que hemos conseguido evitar, no podemos pensar que cosas como el ponerse de lado en vez de levantar la voz no contribuyen a una conclusión como ésta. Porque la realidad es que quienes han ayudado tienen responsabilidad en lo que está pasando y personalmente ya estoy hasta los huevos de que tanta gente se vaya de rositas después de haber cometido o ayudado a cometer actos terribles.

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