Blogeando la depresión VI: la energía de ser normal

Una de las cosas que más me cuesta explicar y a las que menos caso hacía antes de todo esto es la increíble cantidad de energía que se necesita para comportarte como alguien normal cuando en realidad lo que quieres con todas tus fuerzas es irte de donde sea que estés a tu habitación para estar solo y poder ser miserable como a ti te apetezca. Es una de las cosas que más he tenido que repetir porque me da la sensación de que no se me entiende. Simplemente existir fuera de tu espacio seguro cuesta infinitamente más que a cualquier otra persona, en buena parte porque intentas maquillar lo mucho que te está costando estar ahí continuamente.

Todos tenemos una serie (bastante amplia) de comportamientos tan interiorizados y mecanizados que los hacemos continuamente día a día sin pensar en ellos absolutamente nada. La forma en la que hablamos, la forma en la que nos movemos, los gestos que hacemos, cómo nos sentamos, cómo mantenemos conversaciones,… Todo eso es único en cada persona pero tan necesario y cotidiano que podemos reconocer a la gente solo por esas cosas, sin necesidad de ver su cara. Pues bien, todos esos procesos automáticos yo tengo que hacerlos en buena parte conscientemente para mantener una fachada de normalidad e impedir que las situaciones en las que me encuentro deriven o bien en algo tenso por mi culpa o bien en algo donde yo soy el centro de atención por mi depresión, cosa infinitamente peor. Imagina una situación normal de tu día a día como por ejemplo tener que hacer la compra y calcular en tu cabeza cuánto cuestan los diferentes productos. Más que menos casi todo el mundo puede hacer eso sin problemas. Ahora imagina que de la noche a la mañana se te olvida todo lo que has aprendido de matemáticas y tienes que hacerlo contando con los dedos como un niño de siete años. De un día a otro el proceso se vuelve infinitamente más complicado, requiere de mucho más de tu cerebro para hacerlo funcionar y hasta es probable que no quieras hacerlo durante un tiempo por lo complicado que se ha vuelto. Es la mejor comparación que soy capaz de pensar de cómo ha sido esto para mí.
Cada uno tenemos nuestro propio ritmo en la vida diaria, y no veo por qué iba a ser diferente en cualquier otro ámbito. Yo he leído muchas experiencias sobre esto en los últimos meses (de eso ya hablaré) y he conocido, virtualmente en la mayoría de los casos, personas que pese a sentirse así sienten la necesidad de estar con otro, personas que tardaron años en poder volver a hacer vida normal y todo lo demás que hay entre medias. El respeto a los ritmos de cada cual es algo importante, no hay nadie que se conozca mejor a otro que uno mismo, pero también quiero decir que, dentro de lo razonable, muchas veces viene bien el que haya alguien diciéndote que te muevas. Aunque suene trivial, ayuda a que te muevas aunque solo sea para que se callen, y una vez empiezas a moverte aunque complicado y muy cansado, ya no estás en la posición del principio que no solo no es buena para ti, sino que no es buena para los que tienes cerca. Poco a poco y con buen paso tienes que salir de aquí, por un lado o por el otro y la mayoría preferirían que fuera por el lado bueno. Yo personalmente opino que cada cual puede decidir.
Con todo esto supongo que quiero decir que cada caso es un mundo y generalizar siempre es complicado, pero que no porque parezca que es así no se está intentando salir del pozo, igual que no porque parezca que es así se ha conseguido. En el caso de las enfermedades mentales, igual que en el caso de enfermedades físicas que no son evidentes, puede que por dentro vaya una procesión muy distinta a la que se muestra por fuera y en muchos casos (o al menos en el mío) parece que hay una barrera física que impide comunicar con precisión lo que de verdad se siente. Ser comprensivos con estas situaciones ayuda mucho a los que las estamos viviendo en primera persona.