Como soy incapaz de evitar tirarme al barro en cualquier
circunstancia y uno de mis pasatiempos favoritos y uno de los motivos
originales de abrirme este blog es quejarme de la gente que escribe libros,
pues no podía dejar pasar la oportunidad de unir esta serie sobre la depresión
que estoy escribiendo con meterme un poco con la gente porque sí. Aunque no
todo va a ser tirar mierda, porque algunas cosas están bien hechas y habrá que
decirlo. De hecho voy a empezar por una de esas cosas buenas.
Y es que hay veces que hasta los proyectos guiados por
ejecutivos cuyo único interés es la cantidad de beneficios que pueden exprimir
a una idea aciertan con lo que hacen. Un caso que a mí me gusta bastante es
Thor en el universo peliculero de Marvel. Y es que tras las catastróficas
consecuencias que tiene su ego, este entra en una depresión y se retira del
mundo, abandonándose y dedicándose a jugar al fortnite con sus amigos y beber
cerveza. Durante cinco años se dedica a hacer eso, hasta que se encuentra con
que hay una ligera posibilidad de enmendar su error. Primer punto positivo: en
la desesperanza se busca cualquier esperanza, por minúscula que sea (como por
ejemplo un complejo robo en varias líneas temporales distintas) que te haga
salir del pozo. Pero no es un bálsamo mágico, de hecho sus amigos bromean
bastante sobre la desgracia física y mental que es la vida de Thor, incluso
cuando ya ha decidido ayudarles y por dura que pueda haber sido esa decisión.
Presta poca atención al plan, incluso a veces parece que le da igual, aunque
sepamos que es todo lo contrario. Su mente requiere mucho más para activarse de
verdad porque no existen soluciones mágicas a una depresión, pero que haya dado
el paso ya es mucho.
Después de unos cuantos jaleos espacio-temporales que no
vienen a cuento Thor acaba hablando con su madre (que había muerto en la línea
temporal original) y antes de cumplir la misión y marcharse decide invocar a
Mjolnir, su martillo (que en la línea original está destruido) y que representa
la dignidad de Thor ya que su padre decidió utilizarlo para darle una lección.
El martillo llega a su mano como siempre y Thor se da cuenta (y verbaliza) que
sigue siendo digno peses a sus errores, pese a su depresión, pese a su forma
física y pese a haber malgastado cinco años lamiéndose las heridas, porque nada
de eso le define realmente como digno o indigno, sino que lo hacen sus
intenciones y objetivos hacia el futuro. El mensaje está bastante bien, da pie
a una escena bastante memorable y encaja bien en la trama general de la
película, por lo que en general es algo bastante bien llevado. Y aquí quiero
hacer un pequeño aparte para hablar de la forma física de Thor, que
originalmente iba a volver al extremadamente musculado y definido físico de
Cris Hemsworth pero que se optó por mantener en versión gordo debido a que al
propio actor le pareció que es algo que tiene más sentido, ya que por mucho que
desaparezca la depresión o se atenúe tras una catarsis como la de coger el
martillo de nuevo, sus consecuencias no lo hacen y no se vuelve a ser el mismo
de antes inmediatamente, puede que nunca.
Por otro lado también hay representaciones de la depresión
(y otras enfermedades mentales) que dejan bastante que desear, que se apoyan en
tópicos y contribuyen a seguir expandiéndolos y fijándolos en el inconsciente
colectivo. Uno de los ejemplos más sangrantes y más recientes es el de Joker
(siguiendo con el tema de los superhéroes), que se llevó un porrón de
nominaciones a los Óscar, entre ellas a mejor guion adaptado, mejor dirección y
mejor película, todo ello mientras muestra en varias escenas como una
enfermedad mental lleva al protagonista a matar a gente. Y evidentemente no
quiero decir que por que alguien tenga una enfermedad mental ya se convierte en
un ser de luz incapaz de dañar a nadie, no, lo que quiero decir es que existen
las mismas posibilidades de que un enfermo mental dañe a otro que el que lo
haga una persona sin enfermedades mentales, pero cuando el estigma de la
violencia de los enfermos mentales es algo que existe y está tan fuertemente
ligado a nuestra percepción de la enfermedad mental, premiar una historia más
que trata esto es absurdo y no ayuda más que a seguir estereotipando la
enfermedad mental. No hay nada de valiente ni transgresor en Joker, es el mismo
mensaje de siempre con un filtro pardo para que las imágenes queden bonitas, es
más, si en vez de llamarse Joker se llamase de cualquier otra forma, la
película no solo no cambiaría fundamentalmente, sino que probablemente se
hubiera olvidado nada más salir, porque lo único que tiene a su favor es la
publicidad de ser una historia de origen de un supervillano.
La conclusión que yo saco de todo esto es que el tratamiento
de la salud mental en los medios (en este caso el cine) es en el mejor de los
casos, totalmente aleatorio y en el peor de ellos directamente dañino. Depende
en buena medida de lo concienciado que esté quien quiera que dé las órdenes que
tiende a ser poco. Al igual que pasa con otros problemas estructurales como el
feminismo, el racismo y demás, los mensajes han dejado de poder ser
transmitidos explícitamente porque la todopoderosa ley del mercado los penaliza
demasiado, aún cuando es bastante probable que quien produce y dirige todos
esos productos quisieran seguir haciéndolo explícito. Lo bueno (y lo malo) del
cambio en las tendencias sociales es que tiende a retroalimentarse, ya que no
mostrar ese tipo de comportamientos lleva si no a su desaparición al menos a la
reducción de su legitimación. Lo malo en este caso es que la salud mental y sus
reivindicaciones tienen un recorrido menos socialmente vistoso que otras, con
lo que las muestras implícitas de ideas que contribuyen a replicar información
falsa y estigmatizadora son más difíciles de detectar y transmitir a otros. Es
relativamente normal ver a personas discutiendo y exponiendo por qué
determinados comportamientos o actos en una película son misóginos o racistas
aunque no lo parezca, pero es menos común ver ese tipo de comentarios referidos
a la salud mental y cuando aparecen se encuentran con una oposición aún mayor
que los otros (que ya es decir), ya que la salud mental es una asignatura
pendiente de muchos sectores considerados progresistas en otros aspectos.