Hay huelga en el aeropuerto de Barcelona, hay huelga en los trenes, hay huelgas por todas partes y en mitad de las vacaciones. ¿Cómo se atreven a jugar con las vacaciones de miles de españoles y quizá de cientos de miles de turistas?
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Cada vez que hay una huelga ocurre lo mismo. Casualmente todos los medios de comunicación comienzan a cubrir la noticia y casualmente todas las entrevistas que salen son a viajeros enfadados con historia trágicas de cómo perdieron sus vacaciones de ensueño o su luna de miel por la huelga y, de vez en cuando, alguien diciendo que le parece bien la huelga para que no se les note mucho de qué lado están. Ya lo dijo Malcom X. Y siempre en estas circunstancias se pueden encontrar personas, en la calle y especialmente en redes sociales, quejándose de la huelga y aludiendo al “derecho a las vacaciones”. Es cierto, existe un derecho a las vacaciones, que por cierto, se consiguió a base de huelgas. Todos los trabajadores por ley tienen derecho a las vacaciones que marque su convenio, pero, y aquí está la diferencia importante, el derecho a las vacaciones no es el derecho a hacer turismo. El derecho a las vacaciones es el derecho a dejar de trabajar durante un tiempo para recuperar fuerzas, desconectar y demás (aunque no se desconecta todo lo que se debería), pero eso no tiene absolutamente nada que ver con viajar. No solo es necesario entender que viajar por el mundo para hacer turismo no es un derecho de nadie, sino que hacer huelga es un derecho de los trabajadores que la están haciendo.
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Miembros de la CGT en la huelga ferroviaria |
Históricamente las huelgas han sido una herramienta de presión de los trabajadores sobre sus empleadores. Hubo un tiempo en el que las huelgas se reprimían duramente, fruto de ello nos quedan jornadas reivindicativas como el 1 de Mayo o el 8 de Marzo. Por aquel entonces había menos trabajadores quejándose de las huelgas, porque en la huelga de unos le iban a todos sus derechos. Es más, es probable que si tú te puedes permitir viajar por el mundo en tu periodo de vacaciones se deba en buena parte a diversas huelgas y luchas similares a lo largo de la historia. Con este panorama, no deja de resultar paradójico que los propios trabajadores sean los que se quejan de las huelgas como si eso no fuera con ellos. Si mejoran las condiciones de unos, hay más posibilidades de que mejoren las de otros. ¿Y a qué se debe esto? Bueno, probablemente una parte importante sea la de los poderes económicos intentando criminalizar las huelgas para reducir su eficacia, pero seguramente otra parte se deba al desconocimiento de los trabajadores de su propia historia y reivindicaciones.
En las primeras épocas del capitalismo, los obreros estaban realmente jodidos, con condiciones inhumanas más cercanas a la esclavitud que a lo que consideramos condiciones laborales dignas hoy en día: jornadas larguísimas, nada de seguridad laboral, ningún tipo de seguridad económica en caso de accidente, nula regulación en las condiciones laborales, nula regulación en las edades de acceso al trabajo,…Ser obrero era una sentencia de muerte. Poco a poco las cosas fueron cambiando a través de la presión sindical y obrerista en general, que no se cortaron en reprimir, por cierto. Se fue llegando a la conclusión lógica del sistema: dar a los obreros concesiones de vez en cuando porque son imprescindibles para el sistema y porque son muchos. Las cosas fueron mejorando muy poco a poco gracias a las luchas de los obreros a través de huelgas, ocupaciones e incluso lucha armada. Por poner un ejemplo famoso, en España la jornada regulada de 8 horas se logró alcanzar tras una huelga que duró más de un mes en Barcelona, la huelga de La Canadiense, de la que se han cumplido 100 años este Febrero. Como vemos, derechos fundamentales que consideramos inamovibles se consiguieron con luchas hace no demasiado tiempo. De todo esto se puede deducir que un obrero quejándose de las huelgas no hace otra cosa que ponerse palos en sus propias ruedas. ¿Y por qué?
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Recorte de periódico sobre la huelga de La Canadiense (1919) |
Es cierto que en estos 100 años desde la huelga de La Canadiense ha cambiado mucho el paradigma del “obrero”. El sector industrial ha perdido mucha fuerza en favor del sector servicios que ocupa la mayor parte del mercado laboral y puede que quienes pertenecen a este sector no se consideren obreros. Y puede que sea cierto, es difícil considerar a un camarero o un oficinista como un obrero a la vieja usanza, con mono y las manos manchadas de grasa, pero es de ser cínico o ignorante el no considerarte trabajador. La diferencia entre un obrero de fábrica y un trabajador del sector servicios de hoy es la forma en la que producen, el resto es todo igual: trabajas a cambio de una parte de lo que produces para alguien que ha tenido la suerte de conseguir alcanzar un estatus de dueño por uno u otro motivo. Separarse, como trabajador, de los obreros de hace 100 años o de los obreros de hoy en día no es sólo clasista y contraproducente, es también una mentira. Que desempeñes tu labor con un traje, un delantal, un mono de trabajo o una bata de maestro es irrelevante: dependes de otro para subsistir y la lucha de otro es tu lucha también. Que no te moleste que jueguen con tus vacaciones los que luchan por el pan de tus hijos, porque a ellos no les molestará que juegues con sus vacaciones cuando luches por el pan de los tuyos.