Al filo del apocalipsis

Está empezando a resultarme un poco rara esta nueva década. No llevamos ni un mes y ya ha habido al menos tres cosas que podrían causar el fin del mundo o por lo menos dejarnos bastante jodidos. Primero lo que heredamos de la de década anterior: el problema del clima, del que hablé aquí un poco a través de la figura de la niña maravilla Greta Thunberg. Después fue la menudencia de que Irán y E.E.U.U. estuvieran pegándose misilazos, de lo que también hablé aquí. Ahora está lo del coronavirus y la sopa de murciélago, que amenaza con matarnos a todos de forma horrible y bla, bla, bla. Tres finales del mundo en un mes. Ni los milenaristas tuvieron tantas oportunidades.
Y mientras viene un fin del mundo, nos olvidamos del siguiente. Parece que el debate en los grandes medios de comunicación y en las redes sociales es completamente monopolista de lo que quiera que sea lo último que nos vaya a matar a todos. Es comprensible que hablen de ello, quizá (porque lo del coronavirus lo pintan mucho más grave de lo que es en mi opinión), pero igual había que seguir hablando de los demás. Que si nos dieron tanto la chapa con Greta Thunberg para que salváramos el planeta, deberíamos salvar el planeta, digo yo. Que si E.E.U.U. e Irán siguen con intención de darse misilazos y los demás seguimos por el medio, sigue siendo un tema interesante. No vale olvidar esto porque ya hay otra posible catástrofe en ciernes. El mundo sigue más o menos igual de jodido por el cambio climático que cuando Greta miró mal a Donald Trump, y este señor ha propuesto un acuerdo sobre la zona de disputa entre palestina e Israel sin contar con los primeros, quizá para hacer que Irán se posicione claramente en su contra y poder tirarles bombas sin consecuencias. Seguimos al filo del fin del mundo, pero todos se ocupan de la jodida sopa de murciélago.
De todas formas cualquiera podría pensar que nos hemos acostumbrado a vivir así, al filo del fin del mundo. Una o dos generaciones ya han sido educadas sabiendo que el planeta está a punto de partirse por el medio. Hemos nacido con el fin del mundo ya en perspectiva. ¿Qué nos importa si es una guerra nuclear o un desastre medioambiental? La generación de nuestros padres (que es la que manda en el mundo ahora) nació con los últimos coletazos de la crisis de los misiles y el paulatino enfriamiento de la Guerra Fría, hasta ver cómo caía uno de los lados. En ese breve espacio de tiempo de un par de décadas entre que comenzó a deshincharse la Guerra Fría y que nos dimos cuenta de que todo se iba al garete igualmente es cuando se formaron las mentes e ideologías de los que gobiernan hoy por hoy. Nosotros nacimos con la posibilidad real de no llegar a tener hijos por el cambio climático (o eso nos dijeron), ellos con la posibilidad real de enfrentarse al fin del mundo y conseguir librarse. Por eso son tan liberales con la idea de amenazar a potencias extranjeras o debilitar relaciones diplomáticas en zonas ya de por sí volátiles. Por eso les da igual o hasta les produce rechazo cualquier alusión al cambio climático. Ellos ganaron la Guerra Fría, sobrevivieron a la posibilidad del apocalipsis nuclear. Y creen que pueden sobrevivir a la posibilidad de cualquier otro tipo de apocalipsis. Y por el bien de las generaciones futuras, más les vale tener razón.
Parte del poema de Dylan Thomas que cito a continuación.
Los hijos del cambio climático, de los polos derretidos y los osos polares famélicos, por otra parte, esperamos fervientemente no tener razón, pero cada vez nos desengañamos más del asunto. La idea ya no es “¿podemos detener el apocalipsis climático?”, la idea es “¿qué nos matará antes?”. Estamos tan acostumbrados a vivir en el filo del apocalipsis que muchos nos sorprenderíamos si fuésemos capaces de ver que nuestros nietos tienen un futuro por delante. Y ante esto solo nos quedan dos opciones reales: seguir el juego o rebelarnos. A priori podría parecer que rebelarnos contra el (casi seguramente) inevitable fin de nuestra especie en dos o tres generaciones a los sumo es algo extraño y sin sentido. Para los que estamos acostumbrados a vivir con el apocalipsis en perspectiva se nos haría raro que no lo hubiera. Pero, ¿realmente podemos hacer algo más que enfurecernos ante la muerte de la luz? La rabia es rebelión, aunque no sea rebelión dirigida a nada, incluso aunque no sea ni constructiva ni destructiva. Enfurecerte ante la muerte del planeta, ante los misiles nucleares, ante las malditas pandemias es lo que nos queda. En el fondo sabremos que algo de todo lo que está por venir acabará con nosotros, pero mientras lucharemos con la fuerza que da la rabia. En palabra de Camus, necesitamos, al menos, creer en nuestra propia protesta. Porque creer en nuestra propia protesta, sacar la rabia de toda una generación contra un imposible, luchar pese a saber que estamos condenados es paradójicamente, lo único que nos puede hacer movernos lo suficiente como para encontrar una solución a cada problema que se nos ponga por delante.