Alan Moore… viejo anarquista mago medio loco… siempre tiene razón…

Alan Moore lleva muchos años entre mis autores favoritos. Coincidió que empecé a leerle en la edad en la que me dejaron sacar sus cómics de la biblioteca, que un amigo tenía unos cuantos y me los recomendó y que era una época en la que mi cabeza no estaba demasiado bien y básicamente saltaba de una obsesión a otra. En pocas semanas alrededor de navidad me convertí en uno de esos adolescentes insoportables de principios de los dos mil diez que leía cómics complicados y se creía mucho más listo que los demás. Aunque (y que San Alan me perdone) nunca fui uno de esos fans coñazo a los que la película de Watchmen les parecía un insulto.

Alan Moore's daughter playing Pokemon Go : comicbooks
Esta imagen no necesita contexto

El caso es que durante siete u ocho años me conformaba con el Alan Moore más conocido: V de Vendetta, Watchmen, La Broma Asesina y mis favoritos, La Liga de los Hombres Extraordinarios. Que no voy a negar que sean cómics muy buenos y una buena muestra de lo que es Alan Moore, pero en realidad sí voy a negar esto último. Los que se quedan en el Alan Moore famoso, el Alan Moore guionista de cómics de éxito con adaptaciones al cine se pierden mucho. Que sigue siendo verdad que Alan Moore ha contribuido decisivamente a subvertir y eliminar clichés del mundo del cómic con obras como La Cosa del Pantano, La Broma Asesina, Watchmen o From Hell, pero hay un Alan Moore que lo que busca es subvertir y eliminar clichés en la realidad misma y ese se esconde en obras muchos menos conocidas como Serpientes y Escaleras o Ángeles Fósiles.

Alan Moore es un mago, y no lo digo como un cumplido, si no como el reconocimiento de una realidad que él mismo intenta hacernos ver y de la que ya hablé en esta entrada. Intentar alterar la realidad indirectamente con las herramientas con las que lo hace es complicado. Todo es caos que hay que ordenar de una manera determinada. Hace falta tener muy claro cómo quieres que sea ese orden para intentar conseguirlo convenciendo a otras personas. Y hace falta tenerlo aún más claro y ser un buen comunicador para conseguirlo con las herramientas con las que lo está intentando. (Lo de si lo está consiguiendo o no lo dejo para otro día, pero teniendo en cuenta cómo está el mundo, o hay un mago muy poderoso jodiendo sus esfuerzos específicamente o es que no está funcionando).

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Alan Moore: Escritor/Mago/Papá Noel de Centro Comercial/ Doble de Rasputín

De lo que yo quiero hablar en realidad (después de tres párrafos de introducción, que buena señal sobre que tienes algo que decir no es) es de los productos que le salen a Alan Moore cuando intenta explicarnos a los que no estamos demasiado puestos en esto de la magia cómo cambiar el mundo para bien. Y más concretamente, quiero hablar del estilo.

Escribir textos complicados es, irónicamente, muy fácil. Basta con coger un texto normal y soltar palabras complicadas de vez en cuando cual paloma que caga en la carrocería de mi coche, preferiblemente sin dar ninguna explicación. Que por supuesto que hay cosas que son complicadas en sí mismas y por lo tanto su explicación tiene que serlo necesariamente, pero hay formas y formas. Tiempo después de la fase de adolescente que se cree más listo que los demás por leer cómics complicados tuve también una fase de adolescente (mi adolescencia dura todavía) que se cree más listo que los demás por leer libros complicados en general y cuando se escribe un libro para hablar de cosas tan completamente absurdas que cuesta sólo imaginarlas, pues se puede tomar el camino de ser pedagógico e intentar explicarte o el camino de ser un esnob pedante y decir que si no te entienden es culpa suya por no ser suficientemente listos. Alan Moore es, de una forma un poco extraña, de los primeros.

Lo primero que hay que saber es que Alan Moore, cuando habla sobre la magia, habla de lo único que parece considerar real en el mundo. El Alan Moore de los cómics, especialmente el de los cómics más famosos, tiene una vena muy profunda de cinismo nihilista. Aunque toque temas serios, la seriedad de esos temas está subordinada a la idea de que realmente todo es una farsa y la realidad (social) en la que vivimos no es más que una serie de pantomimas que se cubren unas a otras. El Alan Moore de la magia habla como si hubiera visto con sus propios ojos como escribir un libro puede alterar la realidad y esa idea fuera algo que estuviera más allá de toda duda. La única verdad de esta existencia para Alan Moore es la magia. O, más concretamente, SU magia.

Alan Moore tiene exactamente estas vibras

Este convencimiento fanático en la existencia de la magia sumado a la mucha práctica que tiene como narrador cínicamente nihilista crea unos textos de una extrañeza cautivadora que son el mejor ejemplo en el que puedo pensar de dualidad en el conjunto de un texto. Son continuamente lo que aparentemente no quieren ser y viceversa. Son lo más parecido a la idea platónica de un texto sobre magia: complicados, extraños, metafóricos y esotéricos, pero asequibles y comprensibles. Son una extraña experiencia que te absorbe y te aleja, lo suficientemente breves como para acabarlos de una sentada, lo suficientemente ajenos como para tener que parar después de un rato. ¿Son textos que cumplan su objetivo? A mí, por lo menos, no han sido capaces de convencerme de que Alan Moore sea un verdadero mago y no un iluso al que colocar una letra detrás de otra se le da mejor que a la grandísima mayoría de las personas que viven o han vivido. ¿Tienen mérito como libros de magia? Comparados con los otros libros de magia que yo he leído, no demasiado. No enseñan nada concreto ni parecen funcionar con ideas profundas sobre la realidad más allá de cómo el acto humano es el que consigue cambios en el mundo humano. ¿Tienen mérito más allá de eso? Sí, sin duda. Son experiencias literarias bastante únicas, escritas con una maestría que ya quisieran la gran mayoría de escritores importantes. ¿A Alan Moore le parecería bien que las tomásemos solo como obras literarias e ignorásemos sus propiedades mágicas? Probablemente no, pero como se dedicó a explicar Umberto Eco en un libro que es un coñazo, las obras de arte no pertenecen al autor y es el lector quien decide en última instancia en qué se convierten.

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