Barcelona y la violencia inherente al sistema

Arde Barcelona, arden contenedores y coches, barricadas, carreras y porras por todas partes. Tras la sentencia del Tribunal Constitucional sobre el prusés catalán y las penas impuestas a sus dirigentes políticos y civiles, el sector independentista, apoyado por sectores afines o que ven la medida desproporcionada, ha salido a las calles de Barcelona y de otras ciudades catalanas y españolas para manifestarse y quejarse. Y han sido reprimidos con violencia desproporcionada e ilegal. Basta entrar en las redes sociales para ver cómo los Mossos y la Policía Nacional persiguen, apalean, atacan con balas de goma (prohibidas en Cataluña) e incluso atropellan a manifestantes sin ningún pudor. La prueba de que no controlan es que han agredido incluso a miembros de la prensa, como es el caso de Elise Ganzengel, a la que el sindicato de policía Jupol (del que ya he hablado en este blog) le pide que se aparte en un tuit que ya han borrado.

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Imagen de las protestas de Barcelona
¿Y por qué todo esto? ¿Por qué tanta violencia y tanta respuesta desmedida? Bueno, todo viene a raíz de la configuración misma del estado español, aunque en realidad de todos los estados. Max Webber, en su libro “La política como vocación”, define Estado como: “[…] aquella comunidad humana que, dentro de un determinado territorio (el “territorio” es elemento distintivo), reclama (con éxito) para sí el monopolio de la violencia física legítima. Lo específico de nuestro tiempo es que a todas las demás asociaciones e individuos sólo se les concede el derecho a la violencia física en la medida en que el Estado lo permite. El Estado es la única fuente del “derecho” a la violencia.” Es decir, que el estado, para su propia configuración y supervivencia reclama el monopolio de la violencia. El Estado necesita mantener la violencia de su lado para simplemente existir, de ahí la necesidad de cuerpos como la policía, el ejército o la Guardia Civil. Cuando el estado ve este monopolio amenazado, responde con toda su capacidad para eliminar toda posible fractura, todo posible equilibrio en el uso de la violencia entre un lado y el otro. Pero aquí está el truco, el estado tiene el monopolio de la violencia “legítima”. Es el estado el que decide qué violencia es permisible y cual no en base a sus propios criterios e intereses, y por supuesto dejando de lado cualquier tipo de nociones abstractas como justicia o libertad. Ningún estado permitirá que grupos ajenos a su control utilicen la violencia, porque eso significaría su fin. Como dijeron los geniales Monty Phyton, es la violencia inherente al sistema.

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¿Y de qué herramientas disponen para asegurar el monopolio de la violencia? Por una parte, de la violencia profesionalizada, entrenada, equipada y completamente amoral de las Fuerzas de Seguridad del Estado (que vaya nombre tienen). Militares, policías, guardias civiles,… todos esos que pueden ir con una pistola por la calle y dispararte si lo consideran necesario. Esta es sin duda su mejor herramienta, ya que no solo sirven para mantener la “paz”, sino también como fuerza de respuesta inmediata si esa paz se rompe (como pasa ahora en Cataluña) y como medida de prevención (a través de investigaciones y demás). Sin duda es muy complicado que un movimiento ciudadano se alce contra el Estado en una guerra abierta y triunfe. Simplemente están mejor preparados. Por otra parte, los estados cuentan con el capital de su lado (en la mayor parte de las ocasiones), que depende de estos para mantener el status quo y que su actividad pueda seguir existiendo. Y vaya si les apoyan para que eso ocurra. A través de sus voceros, los medios de comunicación de masas tradicionales (televisión y radio fundamentalmente) transmiten el mensaje que más les convenga para manipular la opinión de las masas hacia una dirección, en este caso en contra de las protestas y del independentismo catalán. ¿Por qué? Pues porque como se ha visto en el Brexit, separar fronteras ya establecidas y sin aranceles es algo que hace sufrir mucho al comercio. No solo por las posibles medidas futuras, sino por la incertidumbre actual. Por eso se da voz a un lado y al otro no, disfrazándolo de una falsa neutralidad cada vez menos creíble. Por ello la señora a la que un independentista tira al suelo por “enseñarle una bandera de España” ha aparecido en todas las televisiones pero con la parte del vídeo en la que se la ve increpando al chico y diciéndole burradas, cortada. Por ello ninguna televisión ha entrevistado al chico al que le han sacado un ojo de un pelotazo de goma, ni a los que han atropellado con las furgonetas, ni al chaval que ha acabado en el hospital por ello. Por ello dan la cifra de policías y mossos herido y olvidando convenientemente que la mayoría de heridos (al igual que el 1 de Octubre) son por esguinces en la muñeca de dar tantas hostias con la porra. Por ello no sacan imágenes de policías disfrutando de dar porrazos o dar balazos de goma. Lo dijo Malcom X y no le faltaba razón «Si no estáis prevenidos ante los medios de comunicación, os harán amar al opresor y odiar al oprimido«. 
Ahora es un momento perfecto, con lo que está pasando y viendo cómo reacciona el estado a lo que ocurre para plantearse si la legitimidad de la violencia debería recaer en las leyes, como ocurre ahora, o quizá debería recaer en otros aspectos. Es el momento de plantearse si este modelo político es realmente tan libre como nos dicen, si tenemos tanto poder de decisión como nos quieren hacer creer. Si esta crisis catalana sirve para algo, debería servir para al menos muchos se planteen cosas, se hagan preguntas complicadas e intenten buscar respuestas. Pero eso quizá sea tener demasiada fe en la humanidad.