Nací a mediados de los noventa por tanto pasé la primera infancia con la televisión, los libros y comics a los que podía echar mano, cds y los pocos videojuegos que mis padres querían comprarme. La oferta era limitada y si algo no te gustaba, la alternativa solía ser aguantarte o irte a hacer otra cosa. Luego, en la adolescencia, apareció el primer youtube y un acceso limitado al eMule, sitios en los que las opciones eran tantas que era literalmente imposible experimentarlo todo. Creo que esas experiencias me han dado una perspectiva de la que se puede sacar algo cuando se habla de la cultura de las dos o tres últimas décadas. Y mi (probablemente) no tan impopular opinión es que la cultura se ha ido volviendo cada vez peor y también cada vez mejor.
La “democratización” del acceso a la cultura de la década de los dos mil diez ha hecho que la competición entre los productores de cultura y los consumidores de esta haya cambiado. Antes, si consumías una obra cultural, aunque te pareciera una basura, habías pagado la entrada al cine, habías pagado el disco, habías pagado el juego o habías comprado el libro. No había alternativa. Ahora no solo es posible acceder a una enorme variedad de obras culturales pagando un precio indirecto por cada una de ellas (una suscripción a la plataforma de turno), si no que es prácticamente la forma más común de hacerlo. Y si, la inversión por parte del consumidor para acceder a la misma cantidad de obras culturales es generalmente mucho menor, lo cual, además de ser solo una parte de las necesarias para una verdadera democratización de la cultura, ha hecho que los objetivos empresariales cambien. Como el objetivo ya no puede ser realmente el dinero de los consumidores, tiene que ser su tiempo.
Si lo que se quiere es optimizar el tiempo que se consigue del conjunto de los consumidores, el objetivo no puede ser que unos pocos inviertan mucho tiempo, si no que muchos inviertan aunque sea un poco de tiempo. No es casualidad que las métricas que se utilizan para fardar de éxito tiendan mucho más hacia la cantidad de consumidores totales más que a cosas como la cantidad relativa que acaba una serie que empieza o que presta realmente atención a la pantalla. Por ponerlo a lo bruto, en el cine nadie apaga la pantalla, pero en netflix sí.
¿A dónde nos lleva esto? Pues a que es económicamente inconveniente hacer obras que puedan no gustar a la gente. Porque no hace falta que gusten a muchos, simplemente que no disgusten a la mayoría es suficiente. Con los pocos a los que les guste y los muchos a los que la curiosidad haga hacer clic una vez ya tienes lo que necesitas para venderte como un éxito y conseguir la mayor cantidad de ganancias de cada obra. La cultura se convierte entonces en un bombardeo masivo de obras mediocres pero no malas. Porque es verdad que hay menos cosas de mala calidad, porque los controles son más estrictos y se pone cerco a la estupidez mal entendida como genialidad, pero eso también significa que hay menos cosas de buena calidad, porque desaparece la libertad necesaria para inventar algo nuevo.
Pensemos un momento, ¿cuándo fue la última vez que un movimiento cultural realmente rompedor abandonó su nicho para convertirse en un fenómeno social? En música yo diría que el hip-hop o el reguetón son las dos opciones más evidentes (el k-pop no lo cuento no por lo repugnante que me resulta, si no porque no hay una diferencia sustancial en cuanto a forma y fondo respecto al pop occidental). De cine sé menos, pero diría que como mínimo habría que irse a antes del MCU, que no deja de ser un regurgitado de la acción de los ochenta. En literatura se podría argumentar que el auge del manga, pero creo que no es algo que se pueda considerar rompedor, porque el formato cómic lleva existiendo y asentándose mucho tiempo y al manga le pasa algo parecido al k-pop, que parece más diferente de lo que realmente es por un exotismo y un formato que resultan extraños en occidente, pero que no buscan cambiar nada. Si tuviera que decir algo, diría que el último movimiento literario realmente rompedor fue el boom latinoamericano. El riesgo que conlleva necesariamente apostar por algo nuevo actúa más que nunca en contra de la creación artística. No hay motivos para apostar comercialmente por nada nuevo y sin apoyo comercial todos sabemos que nada llega a ser famoso en esta puta mierda de sistema económico. Aunque a los inversores se lo parezca, la estabilización de la calidad cultural no es una buena noticia para el conjunto de la humanidad.
No podemos permitir que nos convenzan de que el acceso masivo a la cultura significa lo mismo que la democratización de la cultura. El simple acceso a un mercado más grande nunca será democracia. Democratizar la cultura significa democratizar todo el proceso, no solo el consumo. Significa hacer igual de accesible producir y compartir cultura que consumirla. Significa que los canales culturales no estén en manos privadas. Significa que todo el que quiera tenga tiempo y herramientas para crear lo que le parezca. Significa entender que el proceso de creación es igual (o más si eres como yo) de importante que el resultado final. Significa alejar todas las lógicas mercantiles de una actividad humana que no nació para generar beneficio. Significa, sobre todo, entender que para que exista una obra que nos parezca buena hace falta que haya muchas obras que nos parezcan malas.