El valor de la incomodidad

Hay una rama de la antropología que, al menos desde el punto de vista de un lector esporádico, parece que lleva unos cuantos años en alza y consiguiendo resultados interesantes que, si no hacen otra cosa, al menos sirven para destruir mitos sobre lo que considerábamos (en occidente al menos) el progreso humano y el funcionamiento y evolución de las formas de organización social. Y resulta que la organización social en estados surgida de la Ilustración no es una necesidad histórica, pero es que otras cosas que entendíamos como fundamentales para el desarrollo de sociedades humanas, como la agricultura, tampoco lo son.

Durante mucho tiempo hemos entendido la historia humana como una serie de etapas en las que las condiciones de vida, en el conjunto global, mejoran de una a la siguiente. Del paleolítico nómada en el que se va de un sitio a otro buscando qué comer; al neolítico sedentario en el que se vive de la agricultura y la ganadería en un mismo sitio todo el año; a las ciudades, en las que pueden existir personas que vivan sin trabajar en labores productivas por el excedente e inventar cosas como la escritura y así seguimos “avanzando”. Claro que esta forma lineal de ver el desarrollo social humano tiene un problema evidente, que es el hecho de que tanto durante toda la historia como ahora mismo existen pueblos que se organizan de formas más “primitivas”, habiéndose inventado ya formas más “avanzadas” de organización. ¿Y cuál es la explicación? Falta de conocimiento. No hacen esto porque no saben que se puede hacer o cómo se hace. Y con ese argumento, que históricamente ha servido para explicar desde por qué las mujeres no deberían decidir por sí mismas con quien casarse hasta el por qué existe el mal si nos creó un dios todobondadoso, se ha construido una narrativa y una corpus científico que las pruebas parecen no apoyar.

Uno de los ejemplos de esta evolución social no lineal que en su momento me sorprendió mucho, lo ponen David Graeber y David Wengrow en su (muy recomendable) libro El Amanecer de Todo, con una cultura prehistórica que si no recuerdo mal estaba en Gran Bretaña y que desarrolló la agricultura y en un momento dado y sin aparente causa ecológica, decidió abandonarla y volver al nomadismo. Y recientemente he leído sobre el trabajo de Peter Thonemann con el registro arqueológico de la región de Frigia, en la actual Turquía, que tras las invasiones griega, romana y persa parece ser que decidieron olvidar cómo utilizar su propia escritura durante mil años. Según las crónicas contemporáneas, la sociedad de esclavos rebeldes que se formó en la ciudad de Thuri durante la Tercera Guerra Servil (la de Espartaco), abolió el dinero. Y en las crónicas contemporáneas a la conquista de las Américas aparecen ejemplos de soldados europeos que tras pasar un tiempo cautivos de los “indígenas” deciden abandonar la civilización europea y quedarse a vivir en una sociedad que consideran mejor, llegando incluso a enfrentarse a sus antiguos compatriotas para defender a los nuevos.

Y creo que se asegurar que la agricultura y la escritura son inventos que benefician al conjunto de la sociedad y que ayudan a hacer la vida más sencilla no es algo demasiado controvertido. Y sin embargo, hay ejemplos a patadas de personas o grupos de personas que deciden no adoptar o simplemente abandonar este tipo de comodidades porque no les gusta las consecuencias que traen, generalmente control político, social, religioso y/o económico. Podríamos decir que estas personas decidieron que su libertad era más importante que su comodidad. O mas bien, que la libertad bien valía la pena la incomodidad.

Estos ejemplos no hacen más que arañar la superficie de lo que ya existe en la literatura antropológica, histórica y arqueológica y probablemente de lo que existirá en los próximos años, pero de ellos podemos sacar una conclusión: hay menos cosas fundamentales para la vida de las que creemos. Y es perfectamente posible sacrificar algunas de ellas a cambio de vivir más libres. Porque como dijo David Graeber, la verdad última del mundo es que es algo que construimos, y fácilmente podríamos construirlo de otra manera.

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