Esta entrada es el texto completo de la traducción del ensayo de Zoe Baker, ¿Que es el proletariado?. Aquí se puede acceder a su descarga.
¿Qué es el proletariado?
Zoe Baker
Trad. Ipazio
En 1848 Karl Marx y Friedrich Engels publicaron el Manifiesto del Partido Comunista. Es conocido su final en el que declaran “Tiemblen, si quieren, las clases gobernantes, ante la perspectiva de una revolución comunista. Los proletarios, con ella, no tienen nada que perder, como no sea sus cadenas. Tienen, en cambio, un mundo entero que ganar. ¡Proletarios de todos los Países, uníos!”. La palabra proletario continúa siendo utilizada por socialistas y comunistas. Esto no significa que sea ampliamente entendida. Algunas personas la usan vaciándola de significado de forma que sus ideas, actitudes y actividades son proletarias y aquellas de la gente que no les gustan, burguesas. Otros igualan al proletariado con formas concretas de trabajo de forma que el proletario ideal es un hombre que trabaja en una línea de montaje. Muchas veces el discurso más general sostiene equivocadamente que únicamente los obreros (blue collar workers) que hacen labor manual son proletarios. Los oficinistas (white collar workers) parece que son clase media. En este ensayo explicaré la historia de la palabra proletariado, cómo los socialistas y comunistas del siglo XIX acabaron usándola y las diferentes maneras en las que la definían. Hacer esto revelará que el proletario de Marx y Engels no era el único que existía en las mentes de los revolucionarios
De la antigua Roma a la Revolución Francesa
La palabra proletario deriva del latín “proletarii” y “proletarius”, que literalmente significa productores de descendencia. El Oxford Latin dictionary define “proletarius” como “perteneciente a la clase más baja” en la sociedad romana. Las referencias a esta clase aparecen en varias historias tempranas de Roma, escritas algunas en el primer siglo A.C. Estas aseguran que en el siglo VI A.C., el rey de Roma, Servio Tullio, puso en funcionamiento una serie de reformas que pusieron los cimientos políticos y militares de la posterior República Romana. Estas historias contienen errores tales como proyectar algunas características de la República Romana en un periodo anterior y describir cambios sociales complejos, que debieron ocurrir a lo largo de periodos muy largos, como si ocurrieran por acción de un único gran hombre. Una de las mayores reformas que se atribuyen a Servio Tullio es la de dividir a los ciudadanos en seis clases basándose en la propiedad que poseían según un censo. La clase a la que un ciudadano pertenecía determinaba los derechos de voto que poseían en una asamblea llamada “comitia centuriata” y los deberes militares que contraían. Los ciudadanos más ricos tenían que equiparse con el equipo más caro, pero también tenían mayor cantidad de votos y poder político (Cornell 1996, 173–197, 288–89; Lintott 1999, 55–61). Cicerón define a la clase más baja como “aquellos que traen al censo no más de once mil ases o nada excepto sus propias personas”. “Servio Tullio les nombró “dadores de hijos” [proletarius], porque, por así decir, de ellos se esperaba que dieran hijos [proles] a la ciudad”. (Cicero 2014, 76 [Cic. Rep. 2. 40). Livio y Dionisio de Halicarnaso ambos aseguran que la clase más baja estaba exenta del servicio militar (Livy 1919, 151 [Livy 1. 43]; Dionysius 1937, 327 [Dion. Hal. AR 4. 18]). Al contrario que Cicerón, no se refieren a este grupo como proletarius. Una historia similar a la de Cicerón aparece en Noches Áticas de Aulo Gelio, escrita en el siglo II D.CA Durante el diálogo, a Julio Paulo le preguntan qué significa “proletarius”. Paulo, que es descrito como muy culto, responde “Los romanos más pobres estaban divididos en dos clases. A los que no habían declarado en el censo más que mil quinientos ases, se les llamaba proletarios. A los que no declaraban nada o casi nada, capite censi. A esta clase se pertenecía cuando se había ingresado en el censo por trescientos setenta y cinco ases a lo más. Como la fortuna mobiliaria o inmueble se consideraba como garantía para la República, como prenda y base del amor a la patria, no se alistaba a las gentes de estas dos clases sino en último extremo, por la razón, de que no tenían nada o poca cosa. Sin embargo, la clase de los proletarios excedía algo a las otras, tanto por la atención que se le dedicaba, como por el número que la componía. En las circunstancias difíciles, si había escasez de jóvenes, se les hacía ingresar en una milicia formada apresuradamente, y el Estado les suministraba armas. No tomaban su nombre del censo como el de los capite censi; su origen era más noble, y significaba que sus funciones eran dar hijos al Estado”.
Otras fuentes usan los términos “proletarii” y “capite censi” como sinónimos. La idea de Gelio de que los dos grupos eran diferentes parece ser un error (Gargola 1989). Aunque este relato parece ser menos confiable que los anteriores, vuelve a exponer el punto de que los “proletarii” eran ciudadanos tan pobres que su principal contribución al estado romano era tener hijos. El hecho de que estén teniendo una discusión sobre lo que significa la palabra es prueba de que la palabra había dejado de usarse algún tiempo después del final de la República Romana.
En los siglos que siguieron al colapso del Imperio Romano de Occidente, las palabras “proletarii” y “proletarius” seguían siendo conocidas por los estudiantes de historia antigua. Parece ser el caso de que estas palabras no se utilizaron para referirse a divisiones de clase en la sociedad contemporánea hasta el siglo XVIII. En 1972 el filósofo ginebrino Jean-Jacques Rousseau publicó El Contrato Social. En el libro discute la división de la sociedad romana en seis clases por Servio como parte de un estudio más amplio sobre cómo creía que era la toma de decisiones en la República Romana. Durante este estudio se refiere a los “proletarii” con la versión francesa de la palabra: prolétaires. (Rousseau 1994, 145. Para el francés original, Rousseau 1766, 221. Ver también Montesquieu 1989, 527).
Rousseau fue ampliamente leído por los participantes en la revolución francesa, lo cual incluía personas a las que les faltaba educación clásica. Algunas personas decidieron tomar prestada la palabra de la antigua República Romana y aplicar la palabra prolétaire a la gente pobre que vivía bajo la nueva República Francesa. Por ejemplo, en marzo de 1793, el periódico Paris Revolutions publicó un artículo que aseguraba que la nación estaba dividida en dos clases diferenciadas, propietarios y prolétaires. Este lenguaje no era algo común en aquel momento y otras palabras se usaban más a menudo para referirse a las clases bajas, tales como gente común o sans-culotte. La palabra sans-culotte significaba aquellos que no vestían calzones. Se refería a los ciudadanos que vestían los pantalones de los pobres en vez de los calzones de la aristocracia. (Rose 1981, 285–88).
Uno de los principales nexos entre el republicanismo revolucionario del siglo XVIII y el socialismo y comunismo revolucionarios del siglo XIX fue Gracchus Babeuf. En 1796 Babeuf y sus socios planearon sin éxito derribar al Directorio y reemplazarlo con un nuevo gobierno revolucionario que, en teoría, establecería la propiedad colectiva y crearía una sociedad igualitaria que ellos llamaban felicidad común (Birchall, 2016). Durante su juicio el fiscal hizo referencia a “esta alarmante masa de prolétaires, multiplicada por el libertinaje, la ociosidad y todas las pasiones y vicios que pululan por una nación corrompida, arremolinándose repentinamente alrededor de la clase de poseedores de propiedad, sobrios, trabajadores y respetables ciudadanos” (Citado en Rose 1976, 367). Babeauf había distinguido ocasionalmente entre propietarios y prolétaires, pero no eran los términos que solía utilizar. Generalmente utilizaba palabras diferentes como trabajadores, plebeyos o los pobres (Rose 1976, 373–74, 377; Birchall 2016, 168–71, 195–96).
Las clases trabajadoras del siglo XIX
La palabra prolétaire cayó mayormente en desuso tras las consecuencias de la Revolución Francesa. Durante el principio del siglo XIX las ideas socialistas y comunistas comenzaron a emerger, aunque la primera oleada de autores no la usaban o apenas hacían referencia a ella. (Rose 1981, 288–93). Por ejemplo, el libro de 1828 “La conspiración de Babeuf por la igualdad”, de Buonarriti, pese a ser extremadamente influyente solo se refiere a “los proletarios” en Paris una vez. El hecho de que la edición inglesa de 1836 incluyese una nota al pie explicando lo que esa palabra significaba en la Antigua Roma sugiere que en el momento de escribirlo no era una palabra de uso común en Gran Bretaña (Buonarroti 1836, 139). Los primeros socialistas como Robert Owen y John Gray usaban expresiones como “las clases trabajadoras” (Owen 2016, 33; Gray 1825, 29). Esta forma de hablar es importante en sí misma. La gente en los siglos XVII y XVIII generalmente dividían la sociedad en varios rangos, órdenes, grados y estados. Hacia el final del siglo XVIII algunos autores empezaron a utilizar el término “clase” para referirse a categorías de personas dentro de la economía. Durante el siglo XIX este lenguaje se convirtió en la terminología común en las discusiones sobre la estratificación económica y las ideologías políticas comenzaron a distinguirse unas de otras por sus puntos de vista sobre a qué llamaban clase (Briggs 1967).
Para entender lo que los autores del siglo XIX querían decir por clase es necesario establecer el contexto económico en el que lo escribieron. Entre el 1500 y el 1800 Inglaterra se transformó de una mayoría rural a tener ciudades y pueblos cada vez más grandes a la vez que un importante sector rural manufactor. En 1500 alrededor de un 74% de la población trabajaba en la agricultura, un 18% en un contexto rural no agrícola y un 7% en sectores urbanos. En 1800 solo el 35% trabajaba en agricultura, el 36% en un contexto rural no agrícola y un 29% en sectores urbanos. Para el principio del siglo XIX Gran Bretaña tenía la economía más importante de Europa (Allen 2004b, 15–18). Este crecimiento económico fue posible gracias a diferentes factores interconectados, incluyendo el apogeo del Imperio Británico. Uno de los factores más importantes fue la adopción de nuevas técnicas agrícolas en los siglos XVII y XVIII que dieron como resultado mayores campos de labor. Se podía cultivar más comida sin dedicar una parte igualmente proporcional de la población a la agricultura. El resultado fue un gran crecimiento de la población y la posibilidad de aumentar la proporción de trabajadores en otros sectores. Esto ocurrió en paralelo al vallado de las tierras comunes y el aumento de las grandes explotaciones trabajadas por agricultores arrendados. Estos arrendatarios eran capitalistas que alquilaban la tierra a grandes propietarios, que poseían la mayor cantidad de tierra en el país, y contrataban asalariados sin propiedades que no poseían tierras para trabajarlas (Allen 2004, 96–116; Allen 2004b, 22–34).
La producción rural se hacía generalmente por los trabajadores en su casa y necesitaba de toda la familia, incluídos niños y mujeres. Es de aquí de donde sale la expresión “industrias de casa de campo” (cottage industries). Los trabajadores autónomos cultivaban o compraban las materias primas, producían objetos con herramientas que les pertenecían y vendían los productos acabados a un mercader. Otros trabajadores eran asalariados en lo que se conoce como “el sistema de salida (the putting out system)”. Un mercader contrataba trabajadores para hacer objetos concretos, les proveía con las materias primas que seguían perteneciendo al mercader durante el proceso y vendían el producto acabado a otros mercaderes. Estos asalariados generalmente poseían sus propias herramientas, pero hay ejemplos de algunos trabajadores alquilando las herramientas al mercader que los había contratado. Estos dos tipos de trabajadores no eran excluyentes. Una persona podía ser autónomo y asalariado a la vez o cambiar entre ambos (Clarkson 1985, 15–26).
En el siglo XVIII una de las principales industrias rurales eran los textiles de algodón. Principalmente en forma de hilar el algodón en forma de ovillo y tejer el ovillo en forma de paño utilizando herramientas de mano como ruecas y telares manuales. Los trabajadores empleados en este sistema eran asalariados, pero asalariados que trabajaban en casa utilizando medios de producción que poseían a título personal. La industria textil cambió durante el final del siglo XVIII debido a una serie de innovaciones tecnológicas que hicieron posible la producción masiva de hilo y paño utilizando máquinas movidas por norias y después por motores de vapor. Los capitalistas centralizaron esta nueva maquinaria en fábricas conocidas como molinos de hilado (cotton mills). La mayoría del algodón utilizado en estas fábricas se importaba desde las Américas y lo habían recogido esclavos negros. Los trabajadores de los molinos de hilado eran asalariados en el sentido de que no poseían ninguna propiedad utilizada en el proceso de producción. Poseían objetos personales como ropa, pero no la fábrica. Producían mercancía para un capitalista en un edificio que no poseían con maquinaria que no poseían. Trabajaban entre 12 y 14 horas al día incluídos los descansos para comer a cambio de un salario. El principio y el final de la jornada se marcaba con el pitido de un silbato. Mientras trabajaban estaban sujetos a supervisión y control por capataces, que dirigían sus movimientos y les multaban por faltas como mirar por la ventana. El único día de descanso era el domingo y era normal trabajar setenta horas a la semana. La mayoría de los primeros trabajadores de fábrica fueron mujeres adultas y niños, tan jóvenes como siete años. Con la continuación de la industrialización las fábricas que empleaban hombres se fueron volviendo cada vez más comunes, como la herrería (Freeman 2018, 1–42. Para detalles sobre los molinos de Arkwright y Strutt ver Fitton and Wadsworth 1958, 224–53).
Con el tiempo una mayor cantidad de bienes se fabricaron en fábricas y las ciudades y pueblos crecieron a su alrededor. En 1800 el 28% de la población vivía en asentamientos con 5000 o más habitantes. Para 1850 el número había aumentado al 45% e Inglaterra se había convertido en el país más urbanizado de Europa Occidental (Wrigley 2004, 88–90). Ya en 1835 había 1330 molinos de lana, 1245 molinos de algodón, 345 molinos de lino y 238 molinos de seda en el Reino Unido. En 1861 la media de trabajadores de los molinos de lana era 59, en los de lana refinada (worsted) 170 y en los de algodón 167. Solo una minoría de molinos empleaba a varios cientos de trabajadores. Aunque el tipo y cantidad de fábricas aumentó durante la industrialización, no se convirtieron en el sistema de manufactura más común. Muchas industrias continuaron utilizando mano de obra doméstica y en pequeñas tiendas durante el siglo XIX, tales como la sastrería, la papelería y las armas de fuego. También es el caso de que las relaciones de producción dentro de una fábrica no siempre tenían la forma de un único capitalista contratando un grupo de asalariados. Esto se debía a que las fábricas muchas veces dependían de varias formas de subcontrata. Por ejemplo, el dueño de una fábrica podía contratar un jefe de hilado y pagarle por objeto producido. Este jefe de hilado emplearía a sus propios asistentes y les pagaría por hora trabajada. También era común en pequeñas empresas y en autónomos alquilar una habitación y energía en una fábrica para sus propios motivos (Hudson 2004, 36–44).
La industrialización de Francia no siguió el mismo camino que la de Inglaterra. En 1500 alrededor del 73% de la población trabajaba en la agricultura, el 18% un contexto rural no agrícola y el 9% en un contexto urbano. Para el 1800 estos números habían variado, pero ni de cerca tanto como en Inglaterra. El 59% trabajaba en agricultura, el 28% en un contexto rural no agrícola y el 13% en un contexto urbano (Allen 2004b, 16). En 1806 alrededor de 2.6 millones de personas vivían en asentamientos de más de 10.000 habitantes. En 1851 ese número había aumentado a 5 millones y sólo era responsable del 14% de la población. De estos 5 millones alrededor de uno vivía en París, que era mucho más grande que cualquier otra ciudad francesa. Esta imagen se mantiene al incluir asentamientos menores. Si un área urbana se define por tener 5.000 o más habitantes, el porcentaje de población es de un 19%. La mayoría de la población del país vivía en el campo y alrededor de la mitad de Francia vivía todavía de la agricultura (Sewell 1980, 148–151; Wrigley 2004, 88).
Durante el principio del siglo XIX la mayor parte de la tierra se trabajaba en pequeños lotes. Esta agricultura la hacían campesinos que poseían su propia tierra o la alquilaban a grandes poseedores a cambio de una parte de la cosecha o por dinero. Con la expansión de la industrialización la cantidad de agricultores que poseían tierras aumentó, pero las grandes explotaciones ocupaban una mayor proporción de la tierra. En 1892 el 76% de las explotaciones eran menores de 10 hectáreas. Estas pequeñas explotaciones, mayormente propiedad de quienes las explotaban, cubrían únicamente el 23% de toda la tierra. Las grandes explotaciones de más de 40 hectáreas eran menos del 4% del número total, pero incluían casi la mitad de la tierra total. Las explotaciones medianas empleaban asalariados. Estos asalariados incluían a los que no tenían tierras y a los que tenían poca cantidad y necesitaban aumentar sus ganancias. Un número bastante importante de los campesinos propietarios no poseían suficiente tierra para sobrevivir de ella y necesitaban trabajar más, bien alquilando más tierras, trabajando en industrias rurales o como asalariados agrícolas y migrando a áreas urbanas según las estaciones (Price 1987, 11–19, 143–160).
Una gran parte de la economía urbana consistía en la manufactura de bienes. De principios a mediados del siglo XIX la mayoría de este trabajo lo llevaban a cabo artesanos masculinos que producían a pequeña escala. Para 1848 había solo una pequeña cantidad de grandes fábricas y la mayoría pertenecían a la industria textil. Los artesanos empezaban su carrera con 112 o 14 años y se iban a vivir con un maestro artesano que los entrenaba. Tras 4 o 6 años de entrenamiento como aprendiz se convertían en oficiales y podían continuar trabajando con su maestro o buscar empleo en otra parte. El maestro poseía el taller, costosos instrumentos de producción y las materias primas. Los oficiales poseían sus propias herramientas, que solían costar entre dos y cuatro semanas de paga. Con estas herramientas producían bienes que su maestro vendía por un beneficio. El maestro les pagaba, dependiendo el negocio y el periodo temporal, por número de horas o una cantidad fija al día. Según una encuesta hecha por la Cámara de Comercio de París en 1848, la mitad de todos los talleres se componían de un maestro trabajando solo o un maestro con un único trabajador. Solo una de cada diez empleaba más de diez trabajadores y en la mayoría de los casos el maestro trabajaba con sus empleados. Los oficiales podían convertirse en maestros si ahorraban suficiente dinero para crear su propio negocio. Sus oportunidades para conseguir se vieron grandemente reducidas por una crisis económica que golpeó Francia en los 1840 y dio como resultado una gran cantidad de pequeños talleres cayendo en bancarrota (Traugott 1985, 5–12; Aminzade 1981, 2–5).
Los artesanos eran una categoría muy amplia. Incluía (a) trabajadores independientes con sus propias herramientas que producían para el mercado, (b) pequeños capitalistas que empleaban otros trabajadores y hacían parte del trabajo y (c) trabajadores que producían para estos pequeños capitalistas a cambio de un salario. La mayoría de artesanos eran asalariados. Las profesiones más comunes eran impresores, carpinteros, joyeros y sastres (Moss 1980, 8–13, 17–18). Estos asalariados eran comúnmente descritos como sin propiedades en ese momento (Sewell 1980, 215, 233–34, 264).
Esto significa que no poseían propiedades suficientes como para convertirse en autónomos o maestros, tales como costosos medios de producción y talleres. Estos artesanos poseían sus herramientas de trabajo y, como tal, eran distintos de lo que he llamado asalariados sin propiedades. Pese a estas diferencias, ambos asalariados podían sobrevivir únicamente vendiendo su fuerza de trabajo a cambio de un salario.
Los artesanos del siglo XIX eran fundamentalmente diferentes de los artesanos previos. En la Francia del Antiguo Régimen los artesanos pertenecían a gremios de su profesión. Estos eran complejas redes sociales dirigidas por maestros artesanos que regulaban su forma concreta de negocio y por tanto mantenían sus posiciones privilegiadas. Estas regulaciones generalmente determinaban cosas como la calidad y precio de los bienes, cuantos aprendices podía tener cada maestro, qué capacidades tenían que tener los aprendices para convertirse en oficiales y los pasos que un oficial necesitaba seguir para convertirse en maestro. No solo tenían que tener suficiente dinero para comprar un taller, sino que también tenían que pasar un examen, pagar una tarifa considerable al gremio y hacer un juramento. Los gremios pudieron monopolizar y regular empleos concretos debido a privilegios legales que recibían del monarca. Este reconocimiento legal transformaba un conjunto de personas reales en un solo ente ficticio que poseía algunos derechos, privilegios y deberes. Uno de los principales privilegios era el derecho de exclusividad para la explotación de un empleo concreto en una región concreta (Sewell 1980, 19–39).
Paralelamente, los oficiales formaron sus propios gremios clandestinos llamados hermandades. Estas hermandades, que normalmente se formaban con oficiales de varias profesiones, tomaban partido en muchas de las mismas actividades que los gremios que lideraban sus maestros. Esto incluía mantener un estándar de comportamiento y calidad y recaudar deudas y multas para financiar el apoyo monetario para los miembros enfermos, sin empleo o jubilados. También tomaban partido en actividades para sus propios intereses, como elaborar listas negras de maestros que no pagaban suficiente, organizar huelgas y asegurarse que aquellos oficiales no hermanados no encontrasen trabajo. Esto no es un intento de decir que los oficiales se unieran como clase. Se dividían en organizaciones mutuamente exclusivas y hostiles. Estas hermandades no podían recurrir a la ley para arreglar sus discusiones y cuando las disputas y los insultos no eran suficiente, luchaban violentamente unos contra otros en escaramuzas y a veces batallas. No buscaban tampoco derrocar a sus maestros. Veían a los oficiales y maestros como pertenecientes a la misma comunidad moral. En los mercados donde las hermandades eran importantes, muchos de los maestros eran antiguos miembros de la hermandad y seguían unidos a esta por el juramento que habían hecho (ibid. 40–61).
Las leyes que daban privilegios a los gremios de maestros desaparecieron durante la Revolución Francesa de 1789 y se sustituyeron por una nueva constitución que daba a todos los ciudadanos el derecho de participar en el mercado que quisieran y a usar sus propiedades como quisieran. En 1791 los gremios fueron abolidos formalmente y a los ciudadanos se les prohibió formar nuevos gremios. Esto incluía las hermandades de oficiales de modo que sindicatos y huelgas fueron prohibidos (ibid., 84–91). Tras la abolición de los gremios, maestros, oficiales y aprendices se enfrentaron unos a otros como ciudadanos legalmente libres conectados por el mercado. En el Antiguo Régimen los maestros y oficiales estaban unidos por su profesión compartida y membresía del gremio. Esta membresía les separaba de los trabajadores sin cualificación, otros artesanos y otros gremios con los que competían. También estaban separados en base a su riqueza, privilegio, rango y estatus dentro del gremio. Los maestros tenían autoridad sobre los oficiales no solo por poseer un taller, pero también por el reconocimiento legal de maestro de gremio. Ahora los maestros y oficiales únicamente se diferenciaban por la cantidad y tipo de propiedad que poseían. Fue dentro de este contexto económico que una gran cantidad de oficiales asalariados, independientemente de su profesión, empezaron a sentir que pertenecían a una clase distinta que incluía a los trabajadores con y sin cualificación (ibid., 138–142).
Francia se volvió cada vez más industrializada durante el siglo XIX y cada vez más de la economía se centró en fábricas, fuerza de vapor, transporte por tren y carbón. Esto no significa que los artesanos asalariados desaparecieran de la noche a la mañana y se convirtieran en trabajadores de fábrica sin propiedad. El número de artesanos aumentó porque únicamente las fábricas textiles competían con ellos. Estas fábricas textiles hicieron declinar la industria tejedora doméstica pero no afectaron a los artesanos urbanos empleados en otros mercados. Estas nuevas fábricas producían materias primas baratas en masa como algodón y hierro, lo que bajó el coste de producción artesanal a la vez que empleaban trabajadores sin cualificar que podían comprar los bienes producidos artesanalmente como muebles, ropa o menaje. Hacia 1864 sólo el 5% de los trabajadores en París se clasificaban como trabajadores de fábrica. Se estima que en 1876 el número de trabajadores urbanos empleados en la manufactura dentro de Francia en conjunto doblaba al de los empleados en fábricas. Esto no significa que los artesanos no fueran afectados por la industrialización. Sufrían por falta de cualificación, menores sueldos y desempleo. Esto incluye a los grandes capitalistas que compraban pequeños talleres o los subcontrataban. Se da el caso de que las primeras fabricas comúnmente empleaban artesanos como asalariados para realizar trabajo cualificado que no se había mecanizado aún. Una de las principales amenazas a los artesanos era el crecimiento de un sistema más urbano y basado en talleres míseros (sweatshops) que empleaba a trabajadores con poca o ninguna cualificación, especialmente niños y mujeres, para producir en masa objetos estandarizados como ropa o zapatos en tallas y estilos fijados. Los maestros artesanos respondieron haciendo sus talleres más parecidos a fábricas para mantenerse económicamente competitivos. Esto incluyó contratar a más aprendices y oficiales, establecer una rígida división del trabajo y hacer a todo el mundo trabajar más duro y más horas (Moss 1980, 13–19; Aminzade 1981, 6–14; Sewell 1980, 154–61).
El proletariado en los inicios del socialismo
Algunas veces se asume por error que Marx fue el primer socialista científico en descubrir la existencia de las clases y la lucha de clases en la historia. El propio Marx rechazaba esto. Escribió en una carta en 1852 “No afirmo haber descubierto ni las clases en la sociedad moderna o la lucha entre ellas. Mucho antes de mí los historiadores burgueses habían descrito el desarrollo histórico de esta lucha de clases y los economistas burgueses en su anatomía económica (MECW 39, 62). Una de las principales influencias en la forma en la que los socialistas pensaban en las clases fue la economía política británica y más concretamente La riqueza de las naciones de Adam Smith, publicado en 1776. Smith pensaba que había tres órdenes principales en lo que llamó sociedades comerciales. Estos eran trabajadores que ganaban dinero de salarios, mercaderes y maestros de manufactura que ganaban dinero con su capital y terratenientes, que ganaban su dinero con las rentas (Smith 1904, 248–50). Los trabajadores, a los que Smith generalmente llamaba obreros, incluían braceros, oficiales y sirvientes. Su categoría de trabajadores incluía a los que poseían medios de producción como los oficiales y a aquellos que no, como los sirvientes (ibid., 70, 80). Smith también veía a los artesanos autónomos como trabajadores. Escribió,
a veces ocurre, de hecho, que un único trabajador independiente acumula suficiente para comprar los materiales necesarios y mantenerse a sí mismo hasta acabarlo. Es a la vez maestro y empleado y disfruta de todo el producto de su trabajo o todo el valor que añade a esos materiales. Incluye lo que normalmente son dos ingresos diferentes, pertenecientes a dos personas diferentes, los beneficios del capital y los salarios del trabajo (ibid., 67–68).
Los maestros manufactureros, que poseían los talleres y los mercaderes, que usaban “el sistema de salida” (the putting out system), pagaban a los trabajadores un salario por producir un objeto concreto y lo vendían por beneficio. Smith usó la palabra capital para referirse a todo lo que una persona poseía. Los maestros manufactureros y los mercaderes por lo tanto conseguían beneficios del capital que poseían y de dar a los trabajadores las materias primas necesarias, instrumentos de producción, etc. para producir los objetos concretos. Llamó a este tipo de posesiones Capital (ibid., 49–50, 261–65). A los mercaderes y maestros manufactura de Smith se les llamó capitalistas o burguesía después de él.En el siglo XIX la palabra proletario alcanzó importancia entre los movimientos sociales obreros de Francia. Su forma de ver la clase estaba conformada por el legado de la Revolución Francesa. En 1789 el clérigo Abbé Sieyès publicó un panfleto llamado ¿Qué es el tercer estado? En el Antiguo Régimen, el primer estado era el clero, el segundo la nobleza y el tercero todos los demás. En su panfleto Sieyès argumentaba que el tercer estado se ocupaba o al menos podía ocuparse de todos los tipos de trabajo necesarios para que la sociedad floreciera como agricultura, manufactura, venta, intercambio y educación. La conclusión es que todo el mundo necesario para un país completo entraba en este tercer estado. El primer y segundo estado debían por tanto ser abolidos porque eran una clase privilegiada innecesaria, inactiva que no hacía trabajo útil y eran una carga para la nación (Sieyès 1789).
Esto tuvo un profundo efecto en cómo los autores franceses posteriores enmarcaron la discusión sobre la clase. Una de las principales influencias del socialismo francés fue el aristócrata y entusiasta del canal Henri Saint-Simon, que no era un socialista (Cole 1967, 37–50). Entre 1814 y su muerte en 1825 Saint-Simon escribió una serie de textos que dividían la sociedad en dos grupos principales: los industriales y los ociosos. Esta distinción no era original de Saint-Simon y se construía en ideas similares a las propuestas por el economista político francés Jean Baptiste Say (James 1977, 456–75). Los industriales eran cualquiera que se ocupara de trabajo productivo. Incluía agricultores, dueños de empleos, banqueros, gerentes y empleados. Los ociosos eran los que no se ocupaban de trabajos productivos y en cambio vivían del trabajo de otros, como aristócratas y el clero. Saint-Simon a veces se refería a todos los industriales como trabajadores. incluso capitalistas y banqueros (Saint-Simon 1975, 47–49, 158–160, 194–95, 214, 282). En 1823 propuso que existía una tercera clase entre las otras dos. Estos eran los burgueses, que eran terratenientes no aristócratas, abogados y soldados (ibid. 250–51). Dos años después publicó un fragmento en el que se refería a una sección de los industriales como prolétaires. Este grupo era “la clase más numerosa” e incluía campesinos y asalariados rurales. Saint-Simon pensaba que todos los miembros de la clase industrial deberían unirse contra los ociosos y controlar la sociedad (ibid., 262–66). Por esta razón su fragmento sobre los prolétaires criticaba a los proletarios ingleses por querer “comenzar la guerra de pobres contra ricos”, al tiempo que elogiaba al “proletariado francés” por tener “buena voluntad” hacia los “industriales ricos” (ibid., 265).
En 1827 el economista suizo Jean Charles Léonard de Sismondi publicó la segunda edición de su libro Nuevos Principios de Economía Política. En el prefacio aseguró que había revisado sus puntos de vista tras un examen de Inglaterra. Durante su investigación descubrió que la gente de Inglaterra estaba desprovista de confort ahora y de seguridad para el futuro. Ya no hay hacendados, han sido obligados a convertirse en jornaleros. En los pueblos quedan pocos artesanos o cabezas de negocio independientes, solo quedan manufactureros. El operario, por usar una palabra creada por el sistema, no sabe qué es tener un puesto fijo, solo gana un salario que no le vale para todas las estaciones y está prácticamente obligado cada año a pedir limosna. La nación inglesa ha encontrado más económico abandonar los modos de cultivo que requieren muchas manos y ha abandonado a la mitad de los cultivadores que vivían en sus campos; ha encontrado más económico cambiar trabajadores por motores de vapor; ha abandonado, luego empleado, luego abandonado otra vez a los operarios de los pueblos y los tejedores por telares eléctricos y estos se hunden en la miseria; ha encontrado más económico reducir a todos los trabajadores a los menores salarios posibles para subsistir y estos trabajadores, que no son nada más que proletarios, no han tenido miedo en hundirse más en la miseria por tener más hijos (Sismondi 1847, 116–117. En la traducción inglesa dice ‘rabble’. Alterado según el francés original citado en Rose 1981, 290).
Poco después de la publicación de su libro, Prosper Enfantin, un influyente seguidor de Saint-Simon, dio una serie de conferencias entre diciembre de 1828 y 1829. Se revisaron y publicaron en forma de libro como La Doctrina de Saint-Simon: una exposición, en 1830. En la cuarta y quinta conferencia, dadas en enero y febrero de 1829, Enfantin definió la historia como una serie de fases caracterizadas por “la explotación del hombre por el hombre” y por lo tanto una división de la sociedad “en dos clases, explotados y explotadores” (Iggers 1972, 72–73). Cada subsiguiente fase marcaba el declive de la explotación y era una forma de progreso. Los humanos eran originalmente “salvajes” que mataban y se comían a otros durante guerras. Después empezaron a capturar a los vencidos en combate y los volvían propiedad para placer o trabajo. Este sistema de esclavitud evolucionó en nuevas distinciones de clase, como patricios y plebeyos en la Antigua Roma. La esclavitud fue reemplazada por el feudalismo y la división en señores y siervos. Los siervos se separaron de la tierra y se convirtieron en trabajadores que podían elegir a su maestro (ibid., 65–67).
Durante la sexta conferencia, a finales de febrero de 1829, Enfantin bosquejó un análisis de las divisiones de clase en la sociedad contemporánea. Dijo que,
la explotación del hombre por el hombre, que ha tomado las formas más directas y toscas en el pasado, como la esclavitud, continúa en la relación entre dueños y trabajadores, maestros y asalariados. Por supuesto las condiciones de las clases de hoy en día están lejos de las de maestros y esclavos, patricios y plebeyos o señores y siervos del pasado. A primera vista parece que no se podría hacer una comparación. Sin embargo, se puede apreciar que la situación más reciente es una prolongación de las previas. La relación de maestros y asalariados es la última transformación de la esclavitud. La explotación del hombre por el hombre no tiene el carácter brutal de la antigüedad y asume formas más amables, pero no es por ello menos real. Los trabajadores no son propiedad directa como lo eran los esclavos. Su condición, que no es permanente, se fija por una transacción con el maestro. ¿Es esta transacción libre de parte del trabajador? No, ya que está obligado a aceptar o morir, pues su vida se reduce a encontrar sustento para el día en el trabajo del día anterior (ibid., 82).
Después dijo que,
las ventajas y desventajas propias de cada posición socias se transmiten por herencia. Los economistas se han ocupado de establecer un aspecto de este hecho, miseria hereditaria, cuando reconocen en la sociedad una clase de proletarios. Hoy toda la masa de trabajadores es explotada por hombres cuya propiedad utilizan. Los gerentes sufren esta misma explotación a manos de los dueños, pero a un nivel incomparablemente menor. A cambio, participan en los privilegios de la explotación, que aplasta con su peso a la clase obrera, es decir, la mayoría de los trabajadores. De esta forma, el trabajador aparece como el descendiente del esclavo y el siervo. Su persona es libre, ya no anclada al suelo, pero eso es todo lo que ha ganado. Y este estado de emancipación legal puede existir solo bajo las condiciones impuestas por una clase pequeña en número, la clase de hombres a los que la legislación, hija de la conquista, con el monopolio de las riquezas, es decir, con la capacidad de disponer de su propia voluntad, incluso en su ociosidad, de los instrumentos de trabajo, ha investido con ese poder (ibid., 82–83).
Saint-Simon definía la clase en términos de la ocupación de la persona y si hacían o no trabajo productivo o si eran ociosos. Las consecuencias de esto es que los capitalistas y los asalariados podrían, con una noción de productividad suficientemente amplia, podrían verse como diferentes tipos de trabajadores pertenecientes a la misma clase: los industriales. Enfantin, sin embargo, definía la clase en términos del origen de los ingresos de cada grupo, posesión de propiedad y rol en el proceso de producción. La consecuencia es que veía capitalistas y asalariados como distintas clases. Además, distinguía entre asalariados que eran gerentes y los que eran proletarios u obreros. Aseguraba que los proletarios sobrevivían vendiendo su fuerza de trabajo a los capitalistas a cambio de un salario. Son libres de decidir para quién trabajan, pero no son libres de no hacerlo. Esto se debe a que los capitalistas monopolizaron la posesión de riquezas y con ello la capacidad de decidir cómo se usan los instrumentos de trabajo. Bajo estas circunstancias los asalariados no tienen otra opción que usar la propiedad de algún capitalista para producir bienes y servicios para ellos. Aunque Enfantin menciona que algunos capitalistas son ociosos, no consideraba esto como una característica que los separara de otras clases. En cambio, se definen en términos de propiedad de la propiedad privada y su contratación de asalariados. Tanto Sismondi como Enfantin notaron que los proletarios no poseen tierras y sobreviven vendiendo su trabajo a capitalistas a cambio de un salario. Discrepaban sobre si los proletarios consistían de (a) solo obreros asalariados sin propiedades o (b) obreros asalariados sin propiedad y artesanos que poseían sus herramientas de trabajo. Sismondi encuadraba a los proletarios y los artesanos como clases distintas. En 1827 aseguró que en Inglaterra “no quedan apenas artesanos o cabezas de negocio independientes, únicamente manufactures (Sismondi 1847, 116). Sismondi extendió estas ideas en un artículo de 1834. Escribió que “en la sociedad existe una clase muy amplia y con tendencia a seguir creciendo que crea “riqueza con el trabajo de sus manos”, no tienen propiedad y viven de salarios. Esta clase de “hombres trabajadores a los que se les ha dado en nuestra época el término usado por los romanos, proletarii, se compone de la población más numerosa y enérgica de los pueblos grandes. Comprende a todos los que trabajan en manufacturas, tanto en el campo como en la ciudad, invade esos negocios conocidos como oficios maestros, cuando una fábrica se puede establecer, todo junto, en el mismo lugar, bajo una mente pensante, pero con cientos de manos, esos utensilios y herramientas se pueden hacer (ibid., 198–199).
Sismondi contrasta explícitamente a las fábricas, donde emplean proletarios, con los pequeños talleres donde trabajaban los artesanos, incluidos oficiales que recibían un salario. Escribió que, en Francia, “cuatro quintos de la nación pertenece al campo y la agricultura y un quinto a ciudades y otras ocupaciones. Habría peligro para el estado, el equilibrio de la producción se desmoronaría si este quinto se convirtiera en un cuarto o tercio, pero eso no significa que este quinto debiera aumentar las filas de los proletarii”. Esto se debe a que “una parte de los productos de la industria se debe a los oficios y otra parte a las manufacturas Ahora que la vida de los hombres en los oficios es generalmente feliz y puede permitirse todas esas seguridades que hemos pedido a los pobres para trabajar. Un oficio requiere aprendizaje” e incluye “carpinteros, canteros, cerrajeros, herradores, carreteros, zapateros, sastres, panaderos o carniceros” (ibid., 203). Después describe la progresión laboral de un artesano. Empiezan como “aprendices” que entran en “la familia de su oficio por un contrato que los obliga durante años”, después vive como “oficial” que “trabaja con un maestro por un salario” y finalmente se convierte en “maestro” que “utiliza el poco capital que ha acumulado para comprar herramientas y montar un taller y trabajar con un oficial y un aprendiz” (ibid., 204). Es “entre estos oficios, hecho por los hombres libres de los asentamientos, que antes hacían todo el trabajo industrial de todas las naciones, que las fábricas aparecen” (ibid., 205). La distinción de Sismondi entre artesanos y proletarios se hace más evidente unas páginas después. Asegura que en algunos asentamientos en Alemania y Suiza los maestros artesanos solo pueden “contratar por salario uno o más oficiales para tener uno o más aprendices”. En esos lugares “no se ven proletarios” (ibid., 219). Veía por tanto a los asalariados y proletarios como dos categorías superpuestas pero diferentes. Todos los proletarios son asalariados, pero no todos los asalariados son proletarios, como los oficiales artesanos.
Enfantin, en cambio, hablaba como si el proletariado incluyese a todos los asalariados, incluidos los artesanos. Esto se apoya en dos pruebas. Primero, Enfantin aseguraba que “toda la masa de trabajadores” y “la mayoría de los trabajadores” eran proletarios (Iggers 1972, 83). En otro lugar se refiere a “la clase pobre, la más numerosa, el proletariado” (Quoted in Lovell 1988, 66). Como ya se ha mencionado, en el momento de escribirse, la mayor parte de la población de Francia vivía en el campo y era normal que los asalariados agrícolas tuvieran pequeñas cantidades de tierras. La mayoría de los trabajadores urbanos masculinos empleados en las fábricas eran asalariados artesanos. Los asalariados sin propiedades existían y son parte del grupo al que se refiere, pero no pueden ser mayoría. En segundo lugar, la descripción de Enfantin del proletariado se aplica a los asalariados artesanos. Son “asalariados” que, al contrario que los esclavos, no son propiedad de nadie y al contrario que un siervo “no está unido a la tierra”. Tienen la libertad de elegir su “maestro” pero no tienen la libertad de no vender su fuerza de trabajo. Esto se debe a que están “reducidos a encontrar sustento para el día en el trabajo del día anterior”. Son “explotados por los hombres cuya propiedad utilizan” y que tienen “la capacidad de disponer a voluntad, incluso en la ociosidad, de los instrumentos de trabajo” (ibid., 82–83). Es decir, los maestros artesanos dueños de talleres y de las materias primas determinan qué producen los asalariados artesanos y son dueños de los productos del trabajo de sus empleados.
La palabra prolétaire se hizo popular en Francia tras los acontecimientos de la revolución de 1830. La revolución, que únicamente duró tres días de insurrección, derrocó al monarca Borbón Carlos X y lo reemplazó con el monarca Orleans Luis Felipe. Los trabajadores, especialmente los artesanos, formaron la mayoría de los que lucharon en las barricadas y fueron heridos o muertos durante la revolución. El nuevo monarca dictó una serie de reformas, como libertad de prensa y menos requerimientos de propiedad para el derecho al voto, pero se negó a las reformas que propusieron los trabajadores. El nuevo estado castigó a los trabajadores por reclamar restricciones a lo que llamaban libertad de empresa, como salario mínimo y jornada máxima. Entonces como ahora la libertad de los capitalistas se construye sobre la opresión de los trabajadores. Como respuesta, los artesanos crearon sus propios periódicos en los que adoptaron el lenguaje de la Revolución Francesa para enmarcar a los capitalistas como aristócratas ociosos y a los trabajadores como el tercer estado productivo o “la gente [común]”. Los capitalistas eran los nuevos señores feudales y los trabajadores los nuevos siervos de la industria (Sewell 1980, 195–201). Lo que los sansimonianos habían llamado “la clase más pobre y numerosa” se redefinió a sí misma como: “la clase más útil y numerosa… la clase trabajadora. Sin ella el capital no tiene valor, sin ella no hay máquinas, no hay industria, no hay comercio” (Citado en ibid., 198. Ver también ibid. 214).
Los primeros movimientos sociales de clase trabajadora en Francia los crearon artesanos asalariados. Estos se llamaban a sí mismos proletarios (Moss 1980, 8; Traugott 1985, 1987). El predominio de los artesanos en el movimiento obrero no fue único de Francia. Entre historiadores obreros hay, por citar a William Sewell,
un acuerdo casi universal en un punto: los artesanos cualificados y no los trabajadores de fábricas dominaban los movimientos obreros durante las primeras décadas de la industrialización. Da igual si en Francia, Inglaterra, Alemania o los EE UU, da igual si en huelgas, movimientos políticos, momentos de violencia colectiva, uno encuentra una y otra vez los mismos oficios familiares: carpinteros, sastres, panaderos, ebanistas, zapateros, albañiles, impresores, cerrajeros, ensambladores y otros similares. El movimiento obrero del siglo XIX nació en los talleres, no en los oscuros y satánicos telares (Sewell 1980, 1).
Aunque los sindicatos fueron ilegalizados durante la Revolución Francesa, los oficiales organizaron clandestinamente huelgas y sindicatos durante el principio del siglo XIX. Estos últimos generalmente eran la continuación de las hermandades de oficiales de antaño, con extraños rituales y ceremonias de iniciación. Estos grupos secretos se escondían dentro de sociedades públicas de ayuda mutua que daban a sus miembros beneficios como bajas laborales y pensiones de jubilación. Originalmente mantuvieron las divisiones y hostilidades entre oficios que habían sido comunes entre las hermandades originales (ibid., 162–190). Con el tiempo una parte de los oficiales de diferentes organizaciones empezaron a cooperar en su lucha contra un enemigo común: los capitalistas y el estado. Empezaron a defender las organizaciones de trabajadores que unieran a los trabajadores de una rama concreta y luego a todos los trabajadores (ibid., 201–18). En 1833 al menos hubo setenta y dos huelgas organizadas por trabajadores. Esto es más de cuatro veces el número de huelgas de 1831 y 1832 sumados (ibid., 208). Como parte de esta oleada de huelgas, los canteros de Lyon enviaron un recado a los trabajadores de la seda pidiendo ayuda en una disputa con sus jefes. Declararon, “no estamos ya en un tiempo en que nuestras industrias se insultaban y atacaban, hemos reconocido por fin que nuestros intereses son los mismos, que, en vez de odiarnos mutuamente debemos ayudarnos” (Quoted in ibid., 212). Los trabajadores de la seda respondieron asegurando que su periódico se había fundado “para hacer reales las uniones confraternales entre los proletarios” y “la alianza sagrada de obreros” (ibid.). El autodenominado proletariado francés estaba formado tanto por los propios trabajadores concienciados de sus intereses de clase compartidos y el contexto político y económico en él y contra el que actuaban.
Durante los años 30 y 40 del siglo XIX, las palabras prolétaire y (desde 1834) prolétariat fueron usadas por los autores franceses para referirse a los trabajadores en general. El tipo concreto de trabajador en el que pensaban variaba considerablemente. En el discurso socialista no había un proletariado, sino varios (Rose 1981, 282–83, 293–99; Lovell 1988, 65–79). Para algunos incluí a todos los que trabajaban con las manos y producían la riqueza de la nación. Esta concepción era lo suficientemente amplia para incluir a casi toda la población de Francia, incluyendo los asalariados sin propiedades, los artesanos asalariados, los artesanos autónomos y los campesinos que alquilaban o poseían pequeñas parcelas de tierra. En enero de 1832 el revolucionario Blanqui fue llevado a juicio y cuando el tribunal le preguntó cuál era su profesión respondió “proletario… uno de los treinta millones de franceses que viven de su trabajo” (Quoted in Spitzer 1957, 96). La población total de Francia era de alrededor de 32 millones. Era el equivalente del siglo XIX de decir “somos el 99%”. En 1834 Blanqui fundó una sociedad secreta llamada la Sociedad de Familia (ibid., 6). Su programa definía “la gente [común]” o “el proletariado” como “la masa de ciudadanos que trabaja” (Quoted in ibid., 90).
Otros utilizaron definiciones más reducidas. El impresor Pierre Joseph Proudhon se refirió a sí mismo como “proletario” muchas veces en su libro de 1840 ¿Qué es la propiedad? (Proudhon 1994, 36, 72, 80. Para la vida de Proudhon ver Vincent 1984). En 1852 Proudhon distinguía entre proletariado y clase media. Escribió,
La clase media. Consiste de inversores, jefes, dueños de tiendas, manufactores, granjeros, eruditos, artistas, etc. que viven, como los proletarios y al contrario que la burguesía, mucho más de sus productos que de su capital, privilegios y propiedades, pero que se distingue del proletariado en que trabajan, en términos vulgares, para ellos mismos, son responsables de sus pérdidas adquisitivas y del disfrute exclusivo de los beneficios, cuando los proletarios trabajan por un contrato y un salario (Citado en Ansart 2023, 75-76).
Proudhon, al contrario que varios autores de los 1830, claramente veía al proletariado como diferente de los autónomos, como los artesanos independientes y los campesinos que trabajaban solos. Los asalariados que Proudhon llama el proletariado incluyen tanto a los que no tenían propiedades como a los artesanos asalariados que poseían las herramientas de su oficio.
Finalmente, estaban aquellos que usaban proletariado para referirse exclusivamente a la nueva clase de asalariados sin propiedad que nació durante la revolución industrial. Uno de los primeros socialistas en hacer esto fue Victor Considerant en su libro de 1837 Destino Social (Rose 1981, 298–99). Una década más tarde publicó Principios del Socialismo: Manifiesto de una democracia del siglo XIX, donde repetía este punto de una forma más condensada. Distinguía entre “la clase pudiente que posee capital e instrumentos de producción y la clase proletaria a la que le han quitado todo” (Considerant 2006, 53). Estos proletarios, que trabajaban para capitalistas a cambio de un salario, aparecieron durante la revolución industrial. Apuntaba que, “en cualquier rama de la economía, los grandes capitales y grandes empresas hacen la ley para las pequeñas. Los motores de vapor, maquinaria y grandes fábricas han predominado fácilmente donde se han enfrentado a los talleres pequeños y medianos. Cuando se acercan, los oficios y artesanos antiguos desaparecen, dejando solo fábricas y proletarios” (ibid., 54).
El proletariado en Marx y Engels
La palabra proletariado se usaba originalmente de varias maneras contradictorias y competitivas entre sí. Los varios autores de los años 30 y 40 del siglo XIX que he citado fueron muy importantes históricamente, pero han sido mayormente olvidados. Cuando la gente moderna en el siglo XXI piensa en el proletariado generalmente piensan en ello como aparece en los escritos de Marx y Engels o, al menos, en las tergiversaciones populares de estos. Pese a la importancia de la clase en su análisis social, es sorprendentemente complicado establecer exactamente qué pensaban de ella. Una razón fundamental es que Marx murió antes de escribir su capítulo sobre clases en el tercer volumen del Capital. El boceto que comenzó contiene solo unos pocos párrafos (Marx 1991, 1025–26). Tanto Marx como Engels escribieron sobre clases bastante, pero muchas veces sin definir términos necesarios o sin ofrecer el desglose de las clases que haría sus ideas más sencillas de entender. Las cosas solo empeoran por el hecho de que usaban la palabra “clase” para referirse a varias cosas. Esto ha hecho que hasta los especialistas discrepen en como Marx y Engels entendían las clases (Draper 1978; Heinrich 2004, 91–92; Ollman 1968; McLellan 1980, 177–82). Dada esta complejidad, lo que sigue es un breve intento de establecer cómo Marx y Engels definieron al proletariado. No es posible cubrir todas las fuentes en un texto tan corto, pero debería conseguir hacer sus posiciones más básicas lo suficientemente claras.
Marx y Engels generalmente definieron la clase en los términos de la fuente de ingresos de la persona y su relación con los medios de producción. Cuando hablaban de clase se centraban en las relaciones sociales en las que se desempeñaba el trabajo. En febrero de 1844 Marx publicó una Crítica de la Filosofía del Derecho de Hegel – introducción a un periódico que editaba. Este periódico se llamaba Anales Franco-Alemanes y solo se publicó un número (McLellan 1973, 98–99). Su ensayo, escrito entre el final de 1843 y 1844 es el primer texto en el que Marx se refiere al proletariado como agente del cambio revolucionario. Aunque no define al proletariado concretamente, sí resalta algunas características importantes de esta clase. Primero “el proletariado está comenzando a aparecer en Alemania como resultado de un emergente movimiento industrial, pues el proletariado no se forma por pobreza natural si no por una pobreza producida artificialmente” (Marx 1992b, 256). En segundo lugar, “cuando el proletariado demanda la negación de la propiedad privada, solo está elevando a principio social lo que la sociedad ha hecho un principio para el proletariado, lo que ha encarnado en el proletariado, sin su permiso y como resultado negativo de la sociedad (ibid.). En tercer lugar, “el proletariado está comenzando a luchar contra la burguesía” (ibid., 255). En otras palabras, el proletariado es una nueva clase sin propiedad privada que emerge como parte del proceso de industrialización y se encuentra en una relación antagónica con los capitalistas, que son la clase por encima. Marx no clarifica cómo esta nueva clase es diferente de otros tipos de trabajadores ya existentes. Está claro, sin embargo, que Marx usa el término de forma más restrictiva que la mayoría de socialistas franceses. Esto es por la obvia razón de que los artesanos y campesinos no emergieron durante la industrialización.
Marx no era consistente con esta terminología al principio. En otras ocasiones siguió los usos generales y se refirió a cualquier trabajador como proletario, incluyendo a los artesanos que poseían sus propios medios de producción. En agosto de 1844 usó los libros de Wilhelm Weitling como prueba de que “el proletariado alemán es el teórico del proletariado europeo” (Marx 1992b, 415). Weitling era un sastre y artesano (Wittke 1950, 6–9, 20–21). Unos pocos meses después, en su libro de 1845 La Sagrada Familia, Marx se refirió al artesano e impresor Proudhon como proletario. Escribió “no solo Proudhon escribe para el interés de los proletarios, él mismo es proletario, un ouvrier [trabajador]. Su trabajo es un manifiesto científico del proletariado francés (MECW 4, 41). En su libro de 1847 La Pobreza de la Filosofía, Marx menciona “el proletariado de los tiempos feudales” y parece contradecir su posición de que el proletariado es una clase emergida con la revolución industrial. Marx después introdujo una serie de correcciones al libro y una de ellas fue reemplazar esta frase con “la clase de los trabajadores de los tiempos feudales” (MECW 6, 175, 672-3n71).
Por la misma época, Engels, que había conocido a Marx pero no era aún su amigo, (MECW 50, 503), adoptó la misma definición restrictiva de proletariado. Entre octubre y noviembre de 1843 escribió Apuntes para una crítica de la economía política. Este ensayo se envió a Marx en algún momento entre el final de diciembre y el principio de enero y se publicó en los Anales Franco-Alemanes (Carver 2020, 132). En este ensayo Engels hizo referencia a “la separación original del capital y el trabajo y la culminación de la separación – la división de la humanidad entre capitalistas y trabajadores- una división que a diario se acentúa y que, como veremos, está destinada a profundizarse” (MECW 3, 430). Engels menciona el nuevo sistema de producción industrial de fábricas varias veces, pero no va en más detalle y promete acudir a ello más tarde (MECW 3, 420, 424, 442–43). Engels mantuvo su promesa y en febrero de 1844 escribió un ensayo que describía la industrialización de Inglaterra durante el siglo XVIII y principios del XIX. Este ensayo se publicó entre agosto y septiembre en el periódico alemán Adelantados (Forwards), con base en París y que tenía a Marx entre los editores. La publicación de este ensayo coincidió con la visita de diez días de Engels a París, durante la cual estableció su amistad con Marx y acordaron trabajar en futuros proyectos juntos (Carver 2020, 145; Jones 2016, 161). En el ensayo Engels aseguraba que la revolución industrial había llevado a “la división de la sociedad entre tenedores y no tenedores” (MECW 3, 478). Pensaba que,
el efecto más importante del siglo XVIII para Inglaterra fue la creación del proletariado por la revolución industrial. La nueva industria pedía una masa de trabajadores siempre disponible para las incontables nuevas ramas de producción y debido a que trabajadores como esos no existían previamente. Hasta 1780 Inglaterra tenía pocos proletarios, un hecho que surge inevitablemente de la condición social de la nación como se describe más arriba. La industria concentró el trabajo en fábricas y ciudades; se volvió imposible combinar la manufactura y la actividad agrícola y la nueva clase trabajadora se fue reducida a depender completamente de su fuerza de trabajo. Lo que había sido hasta el momento la excepción se convirtió en norma y se expandió gradualmente fuera de las ciudades también. La agricultura a pequeña escala fue expulsada por los grandes terratenientes y en consecuencia se creó una nueva clase de trabajadores agrícolas. La población de las ciudades se triplicó y cuadruplicó y casi todo este aumento consistió en trabajadores. La expansión de la minería necesitó también una gran cantidad de nuevos trabajadores y estos vivían únicamente de su salario diario (MECW 3, 487).
Engels, al igual que Marx, concretó que el proletariado es una clase nueva que no posee propiedad privada y emerge durante la revolución industrial. Además, aclaró que el proletariado así entendido sobrevive completamente de vender su fuerza de trabajo a un capitalista a cambio de un salario. Notó la existencia de artesanos que poseían sus propios medios de producción, pero los veía claramente como algo distinto al proletariado (MECW 3, 477–78, 482–83). Los argumentos principales los repitió Engels en el capítulo de apertura de su libro de 1845 La concisión de clase trabajadora en Inglaterra (Engels 1993, 15–30).
En 1847 Engels escribió una definición escueta de qué es el proletariado. Aseguró que las posiciones de dos clases se estaban desarrollando bajo el capitalismo. Eran “la burguesía” que “casi por completo poseen los medios de subsistencia y las materias primas e instrumentos (maquinaria, fábricas, etc.) necesarios para producir estos medios de subsistencia”, y “la clase que no posee nada de propiedad y son empujados a vender su trabajo a la burguesía para conseguir los medios de subsistencia a cambio. Esta clase se llama la clase de los proletarios o proletariado” (MECW 6, 342–43). Definía al proletariado como “la clase de la sociedad que consigue sus medios de supervivencia de la venta de su trabajo y no de los beneficios de ningún capital (ibid., 341). En otra parte escribió que “el proletariado”, además de esto, “trabaja con instrumentos de producción que pertenecen a alguien más” (ibid., 100). Esta clase se encuadra como diferente a otros trabajadores que existían previamente, como artesanos oficiales y trabajadores domésticos rurales, que producen tela con una rueca y telar manual que poseían ellos mismos. Engels escribió “el trabajador manufactor de entre los siglos XVI y XVIII casi en todas partes poseía un instrumento de producción, el telar, las ruecas familiares y una pequeña parcela de tierra que cultivar en sus horas de ocio. El proletariado no tiene nada de esto… El trabajador manufactor se separa de sus relaciones patriarcales debido a la producción a gran escala, pierde toda la propiedad que poseía y solo entonces se convierte en proletario (ibid., 344–45).
Marx y Engels repitieron esta definición de proletariado de forma más condensada en 1848 en el Manifiesto del Partido Comunista (Marx and Engels 1996, 7). ¿Por qué Marx y Engels adoptaron esta definición tan reducida del proletariado? Con Engels el factor principal parecen ser sus experiencias vitales. En noviembre de 1842 se mudó a Manchester para trabajar de oficinista en el negocio de su padre, que poseía molinos de algodón donde trabajaban obreros asalariados. Mientras vivía en Inglaterra, Engels fue testigo de los efectos de la industrialización en la sociedad, en la situación de los trabajadores de fábrica y la lucha del movimiento cartista (Chartist) por el voto masculino universal. Al tiempo conoció a socialistas y empezó a leer economía política e historia económica de Bretaña (Carver 2020, 123–32, 140–41). Los historiadores han propuesto varias fuentes de inspiración para Marx, pero no hay suficientes pruebas para dar una respuesta definitiva. Es probable que Marx oyese la palabra durante sus reuniones con artesanos comunistas a las que acudió en el verano de 1844 mientras vivía en París (MECW 3, 355). Una de las sugerencias es que Marx leyó el libro de 1842 Socialismo y Comunismo en la Francia contemporánea por Lorenz von Stein. No se sabe cuando Marx lo leyó por primera vez. Probablemente supo de su existencia poco después de su publicación por la reseña de otro en el periódico para el que escribía llamado Gaceta Renana (Rheinische Zeitung). Nombra por primera vez el libro en La Sagrada Familia, escrita entre septiembre y noviembre de 1844 (Rubel and Manale 1975, 24; MECW 4, 134). Otra posible fuente de inspiración para Marx es Sismondi. Marx se refiere explícitamente a él en sus cuadernos de París de 1844 (Marx 1992b, 306, 339) y en La Sagrada Familia (MECW 4 , 33). Marx cita a Sismondi diciendo que “mis quejas no son a las máquinas, a los inventos, a la civilización, únicamente a la organización moderna de la sociedad que priva a los trabajadores de otra propiedad que sus manos y no le da garantía contra la competición, de la que se convertirá inevitablemente en víctima” (MECW 4, 272).
A lo largo del tiempo la definición de Marx del proletariado se convirtió en más precisa, a la vez que argumentaba que el proletariado comenzó a emerger en Inglaterra durante el siglo XVI y por tanto previo a la revolución industrial del siglo XVIII (Marx 1990, 877–88, 905–907). En el Volumen 1 del Capital describe el proletariado como la clase que,
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vende su fuerza de trabajo como mercancía en el mercado laboral. La fuerza de trabajo de una persona son sus capacidades físicas y mentales que utilizan cuando producen cualquier cosa. En otras palabras, su habilidad para trabajar.
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son personas legalmente libres que pueden vender su fuerza de trabajo a quien quieran. No son esclavos ni siervos y tiene la propiedad de su propia fuerza de trabajo en vez de ser propiedad de otro. Deben, además de esto, no estar restringido por las regulaciones de un gremio que regulen para quién y cuándo puede trabajar.
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venden su fuerza de trabajo por un periodo limitado y definido. Si una persona su fuerza de trabajo de una sola vez se está vendiendo a sí mismo y por lo tanto se convierte en esclavo que es mercancía de alguien en vez de una persona que vende una mercancía que posee.
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no posee medios de producción (materias primas, instrumentos de producción, etc.) y no puede sobrevivir produciendo sus propias mercancías y vendiéndolas en el mercado. No tienen nada que vender excepto su fuerza de trabajo y esto es lo que les impulsa a buscar un comprador de su fuerza de trabajo en el mercado.
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vende su fuerza de trabajo a un capitalista, que posee medios de producción, a cambio de un salario. Un trabajador que usa este sueldo para comprar lo necesario para su vida, como comida, alquiler, ropa, etc., y poder reproducirse ellos mismos y su fuerza de trabajo (Marx 1990, 270–80, 874–76, 1025–31).1
La reducida definición de Marx y Engels de proletariado es comúnmente malentendida. Se deben aclarar tres puntos. Primero, no pensaban que los proletarios y los capitalistas fueran las únicas clases en existir bajo el capitalismo real. El malentendido viene de una cita del Manifiesto Comunista. Escribieron “la sociedad como un todo está tendiendo a dividirse entre dos campamentos hostiles, en dos grandes clases directa y mutuamente opuestas- burguesía y proletariado (Marx and Engels 1996, 2). En esta cita Marx y Engels tuvieron cuidado de usar la expresión “grandes clases” en vez de “únicas clases”. Una sociedad puede tener dos “grandes clases” y a la vez tener otras menores que no son tan importantes. El hecho de que Marx pensaba esto queda claro en el tercer volumen del Capital. Explicó,
los propietarios de únicamente la fuerza de trabajo, los dueños de capital y los terratenientes, cuyas respectivas fuentes de ingresos son salarios, beneficios y rentas – en otras palabras, asalariados, capitalistas y terratenientes – forman las tres grandes clases de la sociedad moderna basada en el sistema de producción capitalista.
Es innegable que en Inglaterra esta sociedad moderna y su articulación está mayormente desarrollada. Incluso aquí, sin embargo, esta articulación de la clase no emerge en su forma más pura. Aquí, también, los niveles intermedios y transicionales esconden los límites (aunque mucho menos en el campo que en la ciudad). Hemos visto cómo la tendencia constante y ley de desarrollo del modo de producción capitalista es separar los medios de producción incluso más de la producción y concentrar los medios de producción fragmentarios en grupos más y más grande, es decir, transformar el trabajo en producción asalariada y los medios de producción en capital (Marx 1991, 1025).
Marx distingue entre el capitalismo “puro”, que tiene a las tres grandes clases y las sociedades capitalistas realmente existentes como Inglaterra, que contienen más clases. Esto no ocurrió únicamente una vez. A principios de los 1860 escribió en sus manuscritos económicos que,
aquí solo necesitamos considerar las formas en las que el capital pasa por varias fases de desarrollo. Las condiciones reales en las que el proceso actual de producción ocurre no son por tanto analizadas… No examinamos la competición de capitales, ni el sistema de crédito, ni la composición de la sociedad, que no consiste para nada de dos clases, trabajadores y capitalistas industriales (MECW 32, 124).
Marx, en otras palabras, distinguía entre el modelo construido para analizar la realidad y la realidad en sí misma. Este modelo es una simplificación que se centra en características específicas a la vez que ignora otros aspectos. Este es un aspecto necesario de la ciencia social porque la realidad es un proceso abrumadoramente complejo que cambia continuamente. No es posible escribir sobre todo a la vez y ninguna persona puede aprenderlo todo sobre el mundo real. Un modelo es bueno o útil en el grado en que corresponde a la realidad que describe y puede servir para explicarla. Marx llamaba a este método de investigación abstracción (Marx 1990, 90, 102). Alteró las categorías para entender la realidad dependiendo del nivel de abstracción en la que el modelo opera. En el volumen 3 del Capital aseguró que está preocupado con explicar “la organización interna del modelo de producción capitalista, su media ideal, como es” y no iba a discutir lo concreto de “el movimiento de competición real” en “el mercado mundial” (Marx 1991, 969–70).
En varias ocasiones Marx reconoce que la realidad es mucho más compleja que el simple modelo de dos o tres grandes clases que construyó para analizar la sociedad capitalista en su forma pura o media. En el Manifiesto Comunista, Marx y Engels mencionan “las clases medias-bajas, los pequeños propietarios de talleres, mercaderes y rentistas, comerciantes y hacendados del presente” (Marx and Engels 1996, 8). Más tarde se refieren a “el pequeño manufactor, el tendero, el artesano, el campesino” en tiempo presente (ibid, 10). Marx y Engels predijeron que, a lo largo del tiempo, un mayor porcentaje de estas clases serían empujadas por las fuerzas económicas a convertirse en proletarios. Esta predicción no es lo mismo que asegurar que estas clases no existen en las sociedades capitalistas actuales. Además, aseguraron que,
en los países donde la civilización moderna se ha desarrollado una nueva pequeña burguesía se ha formado, fluctuando entre proletariado y burguesía, siempre renovándose como complemento a la sociedad burguesa, cuyos miembros son arrojados continuamente al proletariado como resultado de la competición y ellos mismos – mientras la industria moderna se desarrolla – ven acercarse el momento en el que desaparecerán como una parte independiente de la sociedad moderna y serán reemplazados (ibid, 22).
Incluso décadas después Marx y Engels no pensaron que hubiera ocurrido la completa proletarización de la fuerza de trabajo. En el primer volumen del Capital, Marx describe la sociedad capitalista como existía en Inglaterra durante los 1860. Como parte de esto anotó la continuada existencia de los asalariados domésticos que poseían sus propios medios de producción, como máquinas de coser y son empleados por un capitalista que les provee de las materias primas necesarias (Marx 1990, 599–604). También aseguró que, de acuerdo a un censo de 1861, había más sirvientes en Inglaterra y Gales que empleados textiles y mineros juntos. Estos sirvientes, en su mayoría mujeres, técnicamente recibían un salario, pero era directamente de quienes contrataban sus servicios, Eran, por tanto, distintos de los asalariados contratados por capitalistas como parte de un negocio generador de beneficios (ibid, 574–75). En 1870 Engels escribió que el proletariado urbano “está aún lejos de ser la mayoría de los alemanes” y existía al tiempo que “la pequeña burguesía, el lumpenproletariado de las ciudades, los pequeños campesinos y los trabajadores agrícolas” que pertenecían al “proletariado agrícola” (MECW 21, 98, 100).
Marx y Engels nunca dieron una definición sistemática de la pequeña burguesía. La pequeña burguesía aparece como la “clase de pequeños comercios” (MECW 14, 145). Parece consistir de pequeños mercaderes, tenderos, maestros artesanos y artesanos autónomos. Estos artesanos autónomos poseían sus propios medios de producción y los usaban para producir mercancías o servicios para vender en el mercado. No empleaban a nadie como asalariados (MECW 6, 79–80, 343; MECW 26, 500; MECW 34, 470–71). En el tercer volumen del Capital Marx definía “la producción de pequeños campesinos y pequeña burguesía” como “todas las formas en las que el productor todavía es el dueño de los medios de producción. En el modo de producción del capitalismo desarrollado el trabajador no es el dueño de sus medios de producción, la tierra que cultiva, las materias primas, etc.” (Marx 1991, 731). En sus manuscritos económicos de los 1860 Marx describía a los campesinos independientes y artesanos como parte del engranaje de una forma de producción pre-capitalista mediada por las relaciones sociales de la sociedad capitalista y alteradas por ellas. El resultado es que estos productores autónomos son metafóricamente divididos en dos: viven como capitalistas que se emplean a sí mimos como asalariados (MECW 34, 141–42). Este análisis está claramente cogido de Adam Smith.
Marx pensaba que este tipo de mediación entre las relaciones de producción ocurrían cuando “un modo de producción determinado predomina, aunque todas las relaciones de producción no han sido aún subyugadas a este” (ibid, 141. See also ibid, 428). Parece que tenía el mismo punto de vista de la esclavitud que ocurria en las sociedades capitalisats realmente existentes, como los EEUU. En el Grundrisse, Marx escribió que “la esclavitud es posible en puntos individuales dentro del sistema de producción… porque no existe en otros puntos y aparece como una anomalía opuesta al sistema burgués en sí mismo” (Marx 1993, 464). Este punto se repite después en los manuscritos. Aseguró que “el hecho de que ahora no solo llamamos a los dueños de plantaciones en América capitalistas, si no que lo son, se basa en la existencia de anomalías dentro de un de un mercado global basado en el trabajo gratis” (ibid, 513. See also Marx 1990, 345).
La segunda clarificación es que Marx y Engels no pensaban únicamente en los asalariados industriales sin propiedad como proletarios. Engels es muy claro que el proletariado incluye los asalariados agrícolas. En febrero de 1845 Engels aseguró que en Alemania,
nuestro proletariado es numeroso y debe serlo, como nos damos cuenta de un examen superficial de la situación social. Está en la naturaleza de las cosas que debe haber un proletariado numeroso en los distritos industriales. La industria no puede existir sin un gran número de trabajadores totalmente a su disposición, trabajando exclusivamente para ella y sin renunciando a cualquier otra forma de sobrevivir. Bajo condiciones de competencia, el empleo industrial hace cualquier otro empleo imposible. Por esta razón encontramos en todos los distritos industriales un proletariado demasiado numeroso y demasiado obvio para negar su existencia. Pero en los distritos agrícolas, por otro lado, mucha gente asegura que no existe proletariado. ¿Cómo es posible? En zonas donde los grandes terratenientes predominan es necesario un proletariado; las grandes explotaciones necesitan braceros y sirvientas y no pueden existir sin proletarios. En las zonas donde se parcela la tierra, el nacimiento de una clase sin propiedad no puede evitarse tampoco; las fincas se dividen hasta cierto punto y luego la división se detiene y como entonces un solo miembro de la familia puede asumir, el resto se ven obligados, por supuesto, a volverse proletarios, trabajadores sin propiedad. La división normalmente avanza hasta que la finca es demasiado pequeña para alimentar a una familia y una clase de gente llega a existir que, como las pequeñas clases medias en las ciudades, está en la transición entre dueño y desposeídos, prevenidos por su propiedad de trabajar en cualquier otra cosa pero sin poder sobrevivir de ello. En esta clase hay mucha pobreza también (MECW 4, 256–57).
Engels repite el mismo argumento en La Condición de la Clase Trabajadora en Inglaterra, que contiene un capítulo entero sobre lo que llamaba “el proletariado agrícola” (Engels 1993, 267–69). Explicaba que,
los primeros proletarios estaban conectados con la manufactura, amenazados por ella y, como tal, los empleados de manufactura, los que trabajan materias primas, serán los primeros en tener nuestra atención. La producción de materias primas y/o combustible para la manufactura ganó importancia solo a consecuencia del cambio industrial y puso en peligro a un nuevo proletariado, los mineros de metal y carbón. Después, en tercer lugar, la manufactura influyó en la agricultura, y en cuarto lugar, la condición de Irlanda y las partes del proletariado que pertenecen a cada uno tendrán su propio lugar (Engels 1993, 32).
Marx estaba de acuerdo con Engels en esto. En algún momento entre Abril de 1874 y Enero de 1875 hizo referencia a la situación donde los campesinos propietarios se convierten en proletariado. Escribió, “el arrendatario capitalista del campo ha expulsado al campesino de forma que el trabajador agrícola es tanto un proletario, un asalariado, como el trabajador urbano” (MECW 24, 518). Marx y Engels estaban comprometidos con que el proletariado industrial tenía el mayor potencial revolucionario pero esto no significaba que fueran los únicos miembros del proletariado (MECW 5, 73–74; MECW 46, 153–54).
El tercer punto a aclarar es que Marx y Engels no pensaban que solo los trabajadores que producían o recogían un objeto físico, como los mineros y los empleados de línea de fábrica, eran proletarios. Sabían que otros tipos de asalariados sin propiedades existen. Marx enfatizaba el hecho de que la combinación de producción a gran escala y la división de trabajo capitalista da como resultado muchos asalariados sin propiedades que tomaban un rol, principal en la producción de algo específico pero no eran los productores directos de esa cosa. Escribió,
con el desarrollo del modelo de producción capitalista, en el que muchos trabajadores cooperan en la producción de la misma mercancía, las relaciones directas entre su trabajo y el objeto en producción deben ser por supuesto diferentes. Por ejemplo el asistente en la fábrica, antes mencionado, no tiene intervención directa en el tratamiento de las materias primas. Los trabajadores que formaban parte de los supervisores de aquellos que directamente relacionados con este tratamiento se mantienen un paso más lejos; el ingeniero tiene una relación diferente y trabaja con su cerebro mayormente, etc. El grupo completo de estos trabajadores, que poseen diferentes capacidades laborales, pese a que el total de empleados alcanza el mismo nivel, produce un resultado expresado desde el punto de vista del proceso laboral puro, en mercancía o en producto material, y todos ellos juntos, como un taller, son la máquina viva de producción de estos productos (MECW 34, 144).
Marx, además, se refería a los proletarios no involucrados en la producción de cosas físicas. En el volumen dos del Capita escribió, “hay ramas particulares de la industria en las que el producto del proceso de producción no en un producto objetivo, una mercancía. El único de estos que es importante económicamente es la industria de la comunicación, tanto de comunicación de mercancías y personas como de mera información – cartas, telegramas, etc.” (Marx 1992a, 134). Después reconoce la existencia de “trabajadores de la industria de transporte” (ibid, 135. Also see MECW 34, 145–46). En otra parte menciona los diferentes tipos de trabajador que genera beneficios a los capitalistas ejecutando servicios o creando experiencias para clientes de pago. Esto incluye camareros, cantantes, actores, profesores de colegios privados e incluso payasos (MECW 31, 13, 15, 21–22; MECW 34, 139–40, 143–44, 448).
En estos fragmentos, Marx enfatiza el hecho de que dos personas pueden hacer el mismo tipo de trabajo y pertenecer a diferentes clases debido a las diferentes relaciones sociales en las que se da a cabo este trabajo. Escribió, “estas definiciones no derivan de las características del trabajo (tampoco de la naturaleza del producto ni del carácter concreto del trabajo) si no de la forma social, de las relaciones sociales de producción, en las que se realiza” (MECW 31, 13). Un sastre sin propiedades que hace trajes para capitalistas en una fábrica de ropa es un proletario. Un sastre independiente contratado directamente por un cliente para hacer un traje es un trabajador autónomo. Esto es cierto incluso si el cliente que paga por el traje es un capitalista. Una persona puede enseñar a un grupo de niños a leer en cualquier sociedad con escritura. Este maestro solo se convierte en proletario que trabajan “por salario en una institución con otros, usando su propio conocimiento para aumentar el dinero del emprendedor que posee la institución de tráfico de conocimiento” (Marx 1990, 1044). Un profesor así “se mata a trabajar para enriquecer al dueño de la escuela. Que el segundo utilice su capital en una fábrica de enseñar en vez de en una fábrica de salchichas no marca diferencias en la relación (ibid, 644).
La propagación de la restrictiva definición de Marx y Engels
La restrictiva definición de Marx y Engels del proletariado no se volvió popular de inmediato. La definición amplia comúnmente usada siguió usándose. Por ejemplo en 1852 Blanqui escribió en una carta que en Francia había “treinta y dos millones de proletarios sin propiedad o con muy poca propiedad, viviendo solo de lo que producen sus manos” (Citado en Spitzer 1957, 101). Una razón por la que la restrictiva concepción del proletariado no se volvió dominante fue que Marx y Engels no fueron influyente o ampliamente leídos hasta décadas después. La polémica crítica de 1847 de Marx hacia Proudhon, La Pobreza de la Filosofía, tuvo una edición de solo 800 copias y recibió poca atención (McLellan 1973, 165–66). Incluso después de su Manifiesto del Partido Comunista de 1848 tuvo pocos lectores cuando se lanzó y fue ampliamente olvidado hasta que se volvió a publicar en 1872 con un nuevo prefacio. La edición original de 1848 se publicó anónimamente y solo la gente familiarizada con el funcionamiento interno de la Liga Comunista sabía quién lo había escrito (Carver 2015, 67–74; Steenson 1991a, 49, 112–13). La restrictiva definición de Marx y Engels no alcanzó repentinamente prominencia después de la publicación de la obra principal de Marx, el Capital: Una Crítica de la Economía Política en 1867. Esto se debe a que el Capital estuvo lejos de ser un best seller. La primera edición en alemán tuvo una tirada de 1,000 copias y no se vendió por completo hasta 1871. La segunda edición, de 1872, tuvo una tirada de 3,000 copias y duró hasta 1883 (Steenson 1991, 52). A veces se dice que Marx se hizo famoso en 1871 con la publicación de su análisis de la Comuna de Paris, La Guerra Civil en Francia, que vendió al menos varios miles de copias en pocos meses (Heinrich 2019, 333; McLellan 1973, 400; MECW 22, 666). Aunque es cierto que el panfleto tuvo muchos más lectores que las obras previas de Marx, apareció como una publicación oficial de la Sociedad Internacional de Trabajadores y firmado por todos los miembros del Consejo General, no solo Marx. La consecuencia es que la gente leyó a Marx sin saber que lo estaban leyendo (Steenson 1991a, 113; MECW 22, 309, 355).
Marx y Engels se volvieron cada vez más influyentes debido a miembros clave de los movimientos y partidos socialistas emergentes que diseminaron sus ideas a través de la prensa y la impresión de nuevas ediciones de antiguos trabajos, incluído el Manifiesto Comunista. Ocurrió primero en Alemania y Austria durante los 1860. Desde los 1880 en adelante ya eran bien conocidos en los movimientos socialistas europeos (Steenson 1991a, 49–52, 115–21, 161, 165–66, 169–70, 220, 224). Una razón de este crecimiento en influencia fueron los varios intentos de Engels de popularizar sus ideas y las de Marx, como el Anti-Dühring de 1877-1878 y el Socialismo: Utópico y Científico de 1880. Esto lo siguieron otros sumerios influyentes como Las Doctrinas Económicas de Karl Marx, de Kaul Kautsky en 1887 (Steenson 1991b, 33–35, 66). Esta influencia culminó con un buen número de partidos socialistas adoptando el programa marxista o al menos programas influenciados por el marxismo durante el siglo XIX. En 1891 el Partido Socialdemócrata Alemán (SPD) adoptó el programa de Erfurt, principalmente escrito por Kautsky, Eduard Bernstein y August Bebel. Los tres eran asociados de Marx y Engels. Kautsky incluso recibió comentarios al borrado por el propio Engels (ibid, 98–99). El programa empezaba con la restrictiva definición de Marx y Engels de proletariado:
El desarrollo económico de la sociedad burguesa lleva por necesidad natural a la desaparición de la pequeña industria, fundada en la propiedad privada de sus medios de producción por el trabajador. Separa al trabajador de sus medios de producción y le convierte en un proletario sin propiedades, mientras que los medios de producción se convierten en el monopolio de un pequeño número de capitalistas y grandes terratenientes (SPD 1891, 297).
Antes de la revolución rusa, el SPD era el partido político socialista más grande en el mundo. En 1890 tenía alrededor de 290,000 miembros y había ganado 1.4 millones de votos y treinta y cinco mandatos en las elecciones de ese año (Steenson 1991a, 72). El crecimiento de la socialdemocracia extendió la concepción del proletariado de Marx y Engels, pero eso no significa que fuera universalmente adoptada por todos los socialistas. En varias ocasiones socialistas anarquistas siguieron usando el término más amplio como un genérico para cualquier trabajador o asalariado. Esto iba de la mano con la idea de que las clases trabajadoras no eran monolíticas y se podían dividir en varias subcategorías, como asalariados artesanos, asalariados sin propiedades, campesinos, trabajadores sí y no cualificados y demás. Para dar unos pocos ejemplos, en 1873 el anarquista ruso Michael Bakunin escribió que, “Italia tiene un proletariado enorme, dotada de un grado extraordinario de inteligencia nativa pero mayormente analfabeta y totalmente indigente. Consiste de 2 o 3 millones de trabajadores de fábrica urbanos y pequeños artesanos y sobre 20 millones de campesinos sin tierras” (Bakunin 1990, 7). En 1926 el Grupo de Anarquistas Rusos en el Extranjero aseguró que la sociedad capitalista está dividida en “dos grupos muy distintos… el proletariado (en el sentido más amplio del término) y la burguesía”. El proletariado así entendido incluía “la clase urbana trabajadora” y “las masas campesinas” (Dielo Truda 1926, 195, 199). Otros anarquistas usaban las palabras “proletariado” o “clase trabajadora” en un sentido más restrictivo. En 1938 Rudolf Rocker aseguró que durante la revolución industrial “una nueva clase nació, que no tiene precursores en la historia: el proletariado industrial moderno”. Esta clase, en contraste a los oficiales y los maestros artesanos, no poseían sus “herramientas de trabajo” y “no tenían nada de lo que disponer excepto el trabajo de sus manos” (Rocker 2004, 24–25). La narrativa de Rocker es la misma que la de Marx y Engels, lo que no es sorprendente teniendo en cuenta que hace referencia explícita tanto al Capital de Marx como a La Condición de la Clase Obrera en Inglaterra de Engels (ibid, 21).
El proletariado en el siglo XXI
Este ensayo se ha centrado en explicar las categorías que los socialistas históricamente han desarrollado para entender las clases económicas que existen bajo el capitalismo. Durante el siglo XIX aparecieron tres concepciones del proletariado. La palabra se usaba para (a) todos los trabajadores, incluídos autónomos, (b) todos los asalariados o (c) todos los asalariados sin medios de producción. Esta última y más restrictiva concepción era defendida por Marx y Engels y no era originalmente popular ni ampliamente usada. Hoy se ha convertido en la concepción dominante de proletariado en el discurso socialista. El proletariado así entendido solo está aumentado de tamaño. Según Immanuel Ness “mientras la producción industrial se se redujo en el Norte Global entre 1980 y 2007, la producción en el Sur se ha expandido, y la producción global en total ha crecido de 1.9 billones de trabajadores a 3.1 billones (nota: billones de EEUU, miles de millones) – mucha más gente trabajadora que en cualquier momento de la historia del capitalismo” (Ness 2016, 9, 14). Es también el caso de que Marx y Engels nunca dijeron que el proletariado consistiera solo de trabajadores industriales. Los asalariados sin propiedades empleados de starbucks o el desarrollo de videojuegos son tan proletarios como los que trabajan en minas y fábricas. Lo que hace una persona proletario no es el tipo de trabajo que hacen, tal como cavar una zanja o hacer una presentación de powerpoint, si no las relaciones sociales en las que trabajan (Raekstad 2022, 216).
Un entendimiento del proletariado como clase realmente existente no debería conseguirse solo a través de un examen de lo que hombres muertos con grandes barbas escribieron sobre ello. Es necesario no solo leer antiguos teóricos si no también probar sus teorías contra la realidad. Si un modelo no se corresponde con la realidad o no se puede usar para explicarla, debemos crear nuevos y mejores modelos. La realidad siempre es más complicada que los ordenados modelos que construimos para entenderla. El error es ignorar la realidad porque no se alinéa con nuestro modelo. Aunque las clases se pueden distinguir de una a otra a nivel social, los límites entre clases se vuelven más borrosos cuanto más nos acercamos. En el siglo XIX una persona podía ser asalariado y autónomo a la vez. Un agricultor podía ser campesino propietario una estación y asalariado urbano sin propiedades la siguiente. Una persona podía pasar toda su juventud trabajando en la ciudad por un salario y retirarse al campo al morir su padre y heredar una pequeña parcela. La gente puede, en otras palabras, pertenecer a varias clases a la vez y moverse entre ellas de forma regular o permanente. Pese a esto, se pueden hacer generalizaciones, pero debe hacerse con cuidado y precaución.
El lector puede suponer que hay un clara distinción entre los esclavos que recogían algodón y los asalariados legalmente libres que trabajan en un molino de algodón. Hacerlo sería ignorar que era algo normal para los esclavos hacer trabajos a cambio de un salario (Linden 2008, 23). El historiador del trabajo Marcel van der Linden nos da un ejemplo extremo de esto. Simon Gray era un esclavo en el sur de EEUU. Trabajó como lanchero jefe para la compañía maderera Natchez entre 1845 y 1862. Su tripulación estaba compuesta entre diez y veinte hombres. Incluía tanto esclavos negros y asalariados blancos legalmente libres. Algunos esclavos pertenecían a la compañía. Otros esclavos eran contratados como asalariados mediante su dueño. Esto incluía al propio Gray. Además de esto, él empleaba a trabajadores blancos, les prestaba dinero, a veces pagaba sus salarios y se ocupaba de un gran rango de tareas de gerente. Linden describe esto como “¡[..] un esclavo que funcionaba como gerente, asalariados libres empleados por un esclavo y otros esclavos que tenían que obedecer a un empleador que era a su vez esclavo!” (Linden 2008, 26).
También es el caso de que las primeras fábricas en Inglaterra dependían de una forma de trabajo que se puede describir como esclavitud infantil obligada por el estado. El gobierno convirtió involuntariamente a los niños huérfanos y pobres en aprendices de fábrica. El dueño de la fábrica tenía la total autoridad sobre el niño y era ilegal para el niño huir. Estos niños no eran propiedad, pero no eran, hablando estrictamente, asalariados legalmente libres. Debido a la violencia estatal no elegían para quién trabajaban o, ni siquiera, si trabajaban. Mientras estaban en el trabajo estos niños eran, al menos en algunos lugares, apaleados por sus capataces para mantenerlos despiertos y en su tarea durante los largos turnos.(Freeman 2018, 24–25). Marx sabía esto y escribió en el primer volumen del Capital que el aumento de la “producción industrial” se construyó sobre “robo de niños y esclavitud infantil” (Marx 1990, 922).
La distinción entre los asalariados con sus propios medios de producción y los que no tenían nada era importante en el siglo XIX. Llamar la atención sobre esto era necesario cuando se explicaba el declive de la producción manual y el crecimiento de la fábrica en Inglaterra. Pero la realidad es siempre más complicada que lo que esta distinción hace parecer. Los trabajadores industriales podían usar los medios de producción también. El economista alemán August Sartorius von Waltershausen visitó los EEUU en los 1880. Observó que,
Al contrario que su contrapartida europea, los trabajadores de las fábricas americanas generalmente poseían sus propias herramientas. El sistema usado al otro lado del Atlántico es ciertamente preferible porque, como Studnitz ha notado, significa que los trabajadores americanos eligen sus herramientas según sus propias necesidades mientras que los trabajadores europeos están forzados a adaptarse a las herramientas que les dan. Las herramientas muchas veces eran una parte considerable de la riqueza de un trabajador (Waltershausen 1998, 216. Cited by Linden 2008, 25).
En el mundo moderno es todavía normal en algunas profesiones que un asalariado tenga sus propias herramientas, como mecánicos y chefs. Algunas compañías usan políticas sobre traer tus propios dispositivos en las que la gente usa su propio teléfono y ordenador para trabajar. Cuando Marx escribía, los campesinos autónomos y artesanos se estaban convirtiendo en proletarios. Ahora las empresas intentan evitar leyes laborales convirtiendo a los trabajadores en autónomos contratistas independientes con sus propios medios de producción pero sin seguridad laboral ni salario mínimo. El sociólogo Bartosz Mika se refiere a la economía moderna de contratos como el sistema de expulsión digital. Durante la industrialización los mercaderes capitalistas daban a los trabajadores laborales materias primas. Ahora las plataformas de apps como uber, deliveroo, y taskrabbit dan a los trabajadores de servicios acceso a los consumidores. Ambas formas de trabajo se caracterizan por una fuerza de trabajo descentralizada a la que se le paga por tarea completada, hacen su trabajo aislados de otros empleados y depende de un nodo central para trabajar (Mika 2020).
El capitalismo, además de esto, ha creado muchas otras plataformas que hacen más sencillo ser autónomo como las redes sociales, ebay, etsy, patreon y onlyfans. Pero los salarios bajos y el aumento de costes de vida ha hecho que muchos proletarios recurran a estos sitios no como su principal fuente de ingresos si no como un suplemento a sus inadecuados salarios, pagados por la clases dominantes. Es también el caso que estos autónomos son una fuente de ganancias para las páginas que usan para vivir, sea directamente por tarifas o anuncios o indirectamente mediante la creación de contenido que asegura la supervivencia de la página web. En la mayoría de páginas web, los usuarios, sean creadores de contenido o espectadores, son el producto cuyos datos personales se venden a anunciantes. En Asia, algunos creadores de contenidos están siendo concentrados en fábricas de influencers, donde hacen directos en pequeños cubículos durante largas horas para persuadir a sus espectadores de donar y comprar en tiempo real. Una gran parte de los ingresos de los influencers se dividen entre la plataforma de streaming que usan y la compañía que posee la fábrica de influencers y microgestiona su marca y comportamiento.
Cuando Marx escribía era generalmente acertado decir que el proletariado vendía su trabajo a la clase capitalista privada que poseía los medios de producción. Hoy un segmento importante de los asalariados sin propiedades trabajan para el estado. Algunas de estas profesiones se pueden describir acertadamente como una persona trabajando para el capitalismo estatal, tal como energía por beneficios o una compañia de transportes con mayoría de participación estatal. En 1878 Engels acertadamente argumentó que,
la propiedad estatal no quita que la naturaleza capitalista de las fuerzas productivas… El estado moderno, sin importar su forma, es esencialmente una maquinaria capitalista, el estado de los capitalistas, la personificación ideal de capital total de nación. Cuanto más avanza en tomar el control de las fuerzas productivas, más avanza en convertirse en el capitalista de la nación y más ciudadanos explota. Los trabajadores siguen siendo asalariados-proletariados. La relación capitalista no desaparece (MECW 25, 266).
Este análisis no se aplica a sectores que no producen beneficios y se mantienen por presupuesto estatal, particularmente los sistemas de educación, bienestar y sanidad estatal. La división del trabajo se ha vuelto más compleja bajo el capitalismo. En el volumen 1 del Capital, Marx señala que muchos capitalistas dan “el trabajo de la supervisión constante de los trabajadores individuales y los grupos de trabajadores a un tipo especial de asalariado. Un ejercito industrial de trabajadores bajo el mando de un capitalista requiere, como un verdadero ejército, oficiales (gerentes) y suboficiales (capataces y supervisores), que mandan durante el proceso de trabajo en nombre del capital. El trabajo de supervisión se convierte en su función establecida y exclusiva” (Marx 1990, 450).
El número de gerentes, planificadores y supervisores, que son asalariados con poder y control directo del proceso de trabajo, han aumentado significativamente desde los 1860. Esto ha llevado a varias socialistas modernos, como Michael Albert y Robin Hahnel, a ver este tipo de asalariado como perteneciente a una categoría distinta llamada clase coordinadora (Albert and Hahnel 1981, 84, 140–41). No son capitalistas pero ejercen la autoridad sobre el proletariado. Tom Wetzel llama a esto la clase de control burocrático (Wetzel 2022, 11–12). En este modelo la clase se determina no solo por si una persona posee o no medios de producción. También se determina por su rol en el proceso laboral y su poder de toma de decisiones.
Conclusión
Un análisis de la clase en el siglo XXI no puede simplemente repetir el análisis del siglo XIX como si el mundo fuera igual. Tenemos que desarrollar nuevas ideas en respuesta a las realidades económicas a las que nos enfrentamos. Aunque mucho ha cambiado desde el siglo XIX, la estructura fundamental de la sociedad capitalista no lo ha hecho. El capitalismo en todavía una sociedad de clases basada en la división entre capitalistas y asalariado, legisladores y legislados, explotadores y explotados. A finales del siglo XIX los trabajadores socialistas anarquistas argumentaron que el proletariado debería abolirse a sí mismo derrocando a la clases dominantes, expropiando su propiedad privada y destruyendo el estado. En las ruinas del viejo mundo, el proletariado, junto otros tipos de trabajadores, construirían una sociedad sin estado, clases ni dinero en la que los medios de producción y la tierra son de propiedad común y la sociedad se administra a sí misma via centros de trabajo y asociaciones comunitarias voluntarias. En una sociedad como esa la gente no sería ya capitalistas ni proletarios. Serían seres humanos que actúan para producir y consumir. Los trabajadores llamaban a esta sociedad la libre asociación de productores libres (Baker 2023, 28, 79–91). El mismo lenguaje lo usaron Marx y Engels. Escribieron en 1844 que “el proletariado… solo se alzará victorioso aboliéndose a sí mismo” (MECW 4, 36). Aunque no estuvieran de acuerdo con los anarquistas en la estrategia revolucionaria, compartían una visión de una sociedad futura en la que, para citar a Engels en 1884, la producción se organizará via “la libre e igual asociación de productores” (MECW 26, 272). Más de un centro después sigue siendo el caso de que la emancipación humana universal requiere la autoabolición del proletariado.
Para conseguir este objetivo el proletariado debe unirse como clase, formar sus propias organizaciones y comprometerse con la acción directa. Una de las formas más efectivas de acción directa en la que pueden participar los trabajadores es en huelgas. Esto se debe a que el capitalismo depende del trabajo de los trabajadores, Si nadie trabaja, los negocios paran y los capitalistas dejan de ganar beneficios. Esto impone presión externa a los capitalistas y les da un poderoso incentivo para ceder a las demandas de los trabajadores. El rol esencial de los trabajadores en la producción es tanto una fuente de opresión y su fuerza colectiva para cambiar el mundo. Esto no quiere decir que las huelgas sean la única forma de acción directa en la que los trabajadores deberían comprometerse o que los trabajadores solo deban organizarse en lo referente a la producción. Otras formas de acción directa y organización son necesarias, tales como las huelgas de alquileres, desobediencia civil, manifestaciones, grupos de lectura, ocupación de universidades y demás. El cambio social y el desarrollo de movimientos de masa efectivos requieren organización tanto en el centro de trabajo y en la comunidad. Por ejemplo, la emancipación de la mujer puede promoverse por la formación de grupos únicamente femeninos de concienciación, los hombres cis haciendo su parte del trabajo doméstico, reclamar los paseos nocturnos, redes que ayuden a conseguir abortos ilegales y organziarse en el centro de trabajo contra el acoso sexual. Lo que quiero decir es que la habilidad para la lucha de clases mediante la retirada del trabajo es un poder importante que el proletariado le debe a su localización en la estructura de la sociedad capitalista. Este poder lo usaron los trabajadores del pasado para conseguir mejoras salariales, condiciones de trabajo más seguras y turnos más cortos. Podemos hacer lo mismo utilizando la acción directa para mejorar nuestras vidas a corto plazo y construir hacia una sociedad realmente libre en el largo plazo.
El capitalismo y el estado no son las únicas estructuras opresoras. Vivimos en una sociedad patriarcal, racistas, homófoba y capacitista. Como resultado, la clase trabajadora no es una masa amorfa. Se divide en líneas de género, raza, sexualidad y capacidad. Estas divisiones no son solo el producto de la clase dominante dividiendo a la clase trabajadora. Se perpetúan activamente por la propia clase trabajadora por el proceso de diferentes personas de clase trabajadora oprimiéndose entre ellos, como hombres de clase trabajadora abusando de mujeres de clase trabajadora o trabajadores blancos viendo a los trabajadores negros como inferiores. Los trabajadores no se pueden unir en una organización, por no hablar de una clase, si un grupo de trabajadores está siendo oprimido por otro grupo de trabajadores. Un comportamiento como este lleva a los trabajadores sufriendo daños y siendo excluidos de la propia organización que dice luchar por su emancipación. Si queremos crear una sociedad en la que todos son libres, debemos construir una organización que luche contra todas las formas de opresión simultáneamente. No debemos tolerar ninguna forma de comportamiento opresor y, a la vez, ayudar a otros trabajadores a desaprender su socialización en una estructura opresiva de forma que se convierten en personas capaces de y dirigidos a asociarse horizontalmente con otros en toos los aspectos de su vida. El proletariado se debe unir como clase, pero deben formar una unidad enriquecida por todas las diferencias dentro de ella. Debemos abordar la lucha de clases de forma interseccional.
Una barrera muy seria para la formación de un movimiento trabajador de masas es que un gran número de asalariados no se consideran a sí mismo como pertenecientes a la misma clase. Algunos asalariados, por ejemplo, creen que el capitalismo en una meritocracia e idealizan a los CEOs como héroes e innovadores. Han internalizado la idea de que si tienen la mentalidad de trabajo (grind set) adecuada y entran en modo monje (monk mode) también ellos pueden convertirse en emprendedores exitosos. No son proletarios, si no capitalistas en proceso que únicamente trabajan para otros temporalmente. Los trabajadores deben contrarrestar estos patrones de pensamiento compartiendo deliberadamente pensamientos conscientes a través de palabras y acciones. La creación del primer autodescrito proletariado moderno en la Francia de 1830 no estaba únicamente impulsada por las transformaciones económicas impersonales a la sociedad. Un factor crucial eran los propios trabajadores, previamente divididos en profesiones y organizaciones hostiles, que llegaron a pensar de sí mismos como clases diferentes con intereses diferentes. El proletariado del siglo XIX se hizo tanto por la estructura de la sociedad capitalista y los propios trabajadores. En 1847 Marx escribió que,
las condiciones económicas primero transformaron las masas de gente del campo en trabajadores. La dominación del capital ha creado para esta masa una situación común, e intereses comunes. Esta masa es una clase contra el capital, pero no para sí misma aún. En la lucha, de la que hemos descrito solo unas pocas fases, esta masa se unos y se hace clase por sí misma. El interés que defiende se convierte en interés de clase (MECW 6, 211).
El proletariado del siglo XXI debe hacer lo mismo. Tenemos que transformar de ser simplemente una clase a ser una para nosotros mismos.