Siguiendo un poco con lo que estaba comentando el otro día, cuando dije que hoy en día hay un tremendo miedo a ser tontos
y que eso lleva a una serie de problemas, quiero poner por escrito un borrador de lo que he dado en llamar La Teoría del Tonto, que no es más que una explicación evidente (a mi parecer) de por qué no podemos huir del ser tontos por mucho que lo intentemos y, consecuentemente, no tiene ningún sentido intentarlo.
Aunque bueno, por empezar por donde tengo que empezar, voy a admitir que lo de utilizar la propia palabra “tonto” es una cosa que hago por conveniencia. Primero, por hacer el juego de palabras con la teoría del todo y segundo porque la palabra que uso y usaría, gilipollas, suena más agresiva e innecesariamente faltona (si es que eso es posible) de lo recomendable. De aquí en adelante y una vez picado el anzuelo, usaré gilipollas porque me siento más cómodo hablando así, ya que tonto tiene un regusto a insulto de patio de colegio y el vocabulario faltón que he ido coleccionando con los años hace que se quede bastante corto. Bueno, a lo que voy, que me pierdo en gilipolleces.
El ser gilipollas es uno de esos famosos constructos sociales, porque, evidentemente, es una palabra que describe una categoría social que no existe en la naturaleza más allá de en la mente de las personas. Y eso, como pasa con todo constructo social cuya existencia física no es más que aire pasando por unas cuerdas vocales, significa que para cada persona el término es ligeramente distinto y se modifica según unas experiencias personales enormemente variadas. No existe algo así como un gilipollas prototípico, lo que existe es un conjunto de ideas de lo que es un gilipollas que tienen poco en común. De hecho, me atrevería a decir que lo que tiene la percepción de los gilipollas en común para (casi) todas las personas es el componente negativo.
Tonto, según el contexto en el que aparezca, puede tener connotaciones incluso positivas o al menos atractivas. No creo que sea el único que ha visto el típico vídeo de un cachorro de labrador enfadándose con su propio hipo que ha reaccionado llamándole tonto (o tontorrón si hablas normalmente como Flanders) de forma afectiva. Gilipollas es más complicado de utilizar en un contexto como ese, aunque haya algunos iluminaos que desprecian el noble arte del improperio y que intentan convertir toda expresión en una cosa neutra.

Con todo esto ya se perfila la idea central de este texto: nadie quiere ser un gilipollas, porque a todos nos parece que ser gilipollas es algo negativo, pero cada uno considera ser un gilipollas una cosa distinta. Y si a esa idea le sumas el hecho incontestable de que hay un montón de gente en el mundo y que nos relacionamos a diario con mucha de esa gente, pues ya lo tienes, hay muchísimas probabilidades de que para alguien seas gilipollas. Y no pasa absolutamente nada.
Si te lo planteas como lo hago yo, es hasta liberador saberse gilipollas. Porque sí, evidentemente para los de la trinchera política de enfrente voy a ser gilipollas, pero es que me parecería raro no serlo cuando ellos lo son para mí. Sin embargo, hay una cosa importante muy relacionada con la otra entrada de la que hablaba al principio de esta y que de hecho es su idea central: yo soy gilipollas para mí mismo. Y si no es así actualmente (porque no es una cosa fácil), al menos debería aspirar a serlo, porque el primer paso para arreglar algo es darse cuenta de que no funciona. No hay nadie en este mundo que sean tan listo como se cree, porque ser listo, al igual que ser gilipollas, es un constructo social distinto para cada cuál, solo que este tiende a formarse con las cosas positivas que tenemos, que vemos que podemos tener en un futuro o que tienen personas a las que admiramos y a las que aspiramos a imitar. Parafraseando unas de las frases más apócrifas de Einstein, todos somos gilipollas, pero si juzgas lo gilipollas que es alguien por cosas que se le dan bien, se creerá que es muy listo.

Y hablando de Einstein, que es el prototipo de persona inteligente, solo hace falta preguntarle a según quién (concretamente a Mileva Marić) para ver si era o no gilipollas. Y con Hawking pasa lo mismo. Y con deGrasse Tyson también. Y con Newton. Y con Pitágoras Y con Elon Musk ni siquiera hace falta preguntar a una de las muchas mujeres a las que les ha propuesto gilipolleces, porque es solo se ha retratado tanto en público que ni sus más firmes defensores saben ya qué decir (recordemos al iluminao de la masterclass de metodología kaizen). Y no es casualidad que toda esa gente esté relacionada con las matemáticas, porque socialmente hemos decidido que ser bueno con los número (o pagar a quienes lo son y quedarte sus méritos) es una señal inequívoca de que se es listo. Por eso también hay un montón de frases apócrifas de Einstein hablando de cosas de las que él ni tenía ni puta idea ni probablemente mentara nunca. Y es que por pura lógica es imposible ser listo en todo. De hecho, para ser muy listo en algo en concreto suele hacer falta dejar casi todo lo demás de lado. Vamos, que siempre se es gilipollas en algo. Y ya que estoy, también esta esta idea de inteligencia y listura asociada a los libros como un objeto casi mágico, y ya ni te cuento con los que se dedican a crearlo. Y si no, mirad al Vargas-Llosa, que cada vez que abría la boca subía el pan y apoyaba a alguien que había cometido crímenes de lesa humanidad o que quería cometerlos.
En resumen y por acabar conjugando un verbo, soy, eres, es, somo, sois y son gilipollas y me, te, le, nos, os, y les vendría bien asumirlo de una vez.