Pirateo, plagio y la mentira de la propiedad

Tenía pendiente desde hace bastante poner en negro sobre blanco (o negro sobre gris en este caso) mis ideas respecto a la propiedad intelectual, la piratería, el plagio y todo eso, especialmente porque creo que a veces doy por sentado que todo el mundo lo ve de la misma forma que yo o que al menos sabe lo que pienso y puede quedar raro, por ejemplo cuando me meto con los plagiadores mientras defiendo la piratería. Y además, en la entrada sobre Youtube y plagio me lo dejé a deber a mí mismo.

Empecemos por una idea básica sin la que es complicado entender todo lo que viene por detrás: la propiedad.

La idea de propiedad lleva siendo un punto relativamente importante en filosofía, especialmente en la económica, desde poco después del principio de la disciplina, aunque es cierto que a partir del liberalismo y la ilustración se fue volviendo un tema cada vez más relevante. Cada cual se lo lleva a su terreno y la limita y clasifica como le parece bien. Es bastante conocida, por ejemplo la diferencia que hizo Marx entre propiedad privada y personal, siendo la primera la necesaria para la producción y la segunda los objetos que cada cual tenía. Marx pensaba que la primera debía ser común, pero que se debía respetar la segunda. Yo creo que esta idea marxista entra en contradicción con otras ideas del propio Marx pero que decidió activamente ignorarlo porque las implicaciones políticas de llevar hasta el final sus ideas sobre la propiedad hubieran sido enormes (ya lo han sido así) y él quería, fundamentalmente, crear o impulsar un movimiento político que llevara a grandes cambios, por lo que necesitaba ser populista y dejar fuera ideas que podían sonar demasiado radicales y alejar a la gente. Por suerte hubo otros críticos de la propiedad a los que no les importaba tanto lo de ser populares.

Stirner fue un filósofo de la época de Marx que escribió sobre muchas de las mismas cosas que él y que incluso venía de la misma rama ideológica (el hegelianismo “de izquierdas”). San Max, como le llamaron Marx y Engels, era probablemente el más radical de todos los filósofos del grupo de herederos intelectuales de Hegel que se creó a la sombra de Feuerbach. Su libro más importante (y en realidad el único, porque el resto de cosas que quedan suyas son escritos mucho más cortos) es Der Einzige und sein Eigenthum, cuya traducción, incluído el propio título, lleva siendo cuestión de controversia literalmente más de un siglo, tanto en inglés como en español. En este, entre otras cosas, habla de cómo todas las ideas son en realidad geist (fantasmas, fantasmagorías, spooks, espíritus, o cualquier otra cosa similar dependiendo a quién le preguntes) que solo puede existir en tanto los sujetos físicos (las personas) hagan que existan. Es decir, no existe el estado, la UE, el capitalismo, el socialismo ni los derechos humanos, si no que existen personas que actúan movidas por esas ideas. Las implicaciones de esta idea, que yo personalmente creo que es cierta, son bastante evidentes para el tema de la propiedad. No existe. Ya está, eso es todo lo que hay que decir. No es un derecho divino, no es un robo y, evidentemente, no es algo que haya que tener como sagrado. 

 
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San Max, patrón del dar por saco
Es importante destacar que las ideas de Stirner que he bosquejado aquí, unidas a otras de las que no he hablado, hacen llegar a la conclusión de que ni siquiera la fuerza te da derecho a la propiedad, porque no es posible tener derecho a algo que no existe y porque la misma idea de derecho es un geist. Ni toda la fuerza política, ni toda la fuerza económica, ni toda la fuerza física del mundo podría darte “derecho” a ninguna “propiedad”. Y si no es posible conseguir el derecho a la propiedad de cosas físicas, no creo que sea complicado dar el salto a la imposibilidad de conseguir el derecho a la propiedad intelectual, que es ya de por sí una idea que no tiene base ninguna en la realidad física.

De la imposibilidad de la existencia de la propiedad se llega fácil a la idea de que el robo, incluída la piratería, no es siquiera posible. Si algo no es de alguien, por definición no puede robarse y si nada es de nadie, es imposible el robo como concepto (que también es un geist). Y sin embargo, creo que no es necesario llegar a una teoría de la propiedad que la niega para defender la piratería. Es posible plantear desde varios puntos el asunto, pero a mí me gusta especialmente hacerlo desde la cultura, puesto que hay motivos más allá de los económicos para considerar el pirateo, como el acceso en general (¿es acaso posible acceder a todas las películas antiguas?), la conservación de patrimonio cultural (el ejemplo que siempre se pone de Nosferatu (1922) sigue siendo igual de válido) o la incompatibilidad de medios (¿qué haces si quieres jugar a juegos que requieren siempre conexión en un sitio sin internet?). 

 
Nosferatu - Filmin
Obra maestra del cine, condenada por plagio y conservada por pirateo
La piratería se diferencia del robo normal y corriente en que lo que se hace no es llevarse físicamente nada, si no reproducir algo sin los permisos legales para ello. Creo que hay una diferencia notable entre el hecho de que el propietario original siga teniendo acceso a la cosa robada y que no lo tenga. La piratería sirve para ampliar el acceso a bienes culturales, no para limitarlo. El problema es, en ese caso, los beneficios asociados. Se podría argumentar que un bien pirateado no genera beneficios a quien lo ha creado, lo cual es cierto, pero también es cierto que todas las reproducciones que tiene ese bien por la facilidad de acceso derivada de no tener barrera económica no se iban a traducir en reproducciones pagadas. Vamos, que no todos los piratas iban a comprar la cosa. Con las mismas se podría argumentar también que se ha demostrado una y otra vez que la piratería no afecta de forma significativa a la ventas de productos o incluso que la piratería puede servir de publicidad, pues mucha gente paga por cosas que ha conseguido gratis previamente como forma de apoyar a quienes lo hacen para que sigan haciéndolo. Y todo esto sin entrar siquiera en que las prácticas empresariales del capitalismo actual hacen que el robo a los creadores originales del pirateo se quede muy, pero que muy pequeño.

Ya por llegar al final, el plagio se diferencia del pirateo o el robo en que lo robado se hace pasar por material original de quien lo presenta. Y, evidentemente, el problema no es la parte en la que se roba, si no la parte en la que se presenta como propio. Una gran cantidad de problemas con el plagio vienen de esta concepción absurda de propiedad que obliga incluso a quienes construyen sobre algo a mostrar ese algo como propio por motivos económicos (licencias, suscripciones, patentes, …) y esos se solucionan liberando todas las propiedades intelectuales para que cada cuál haga lo que le dé la gana. Los otros problemas de plagio, los que vienen de la necesidad que tiene el que plagia de mostrar algo que no ha hecho como propio son los peligrosos. Y aunque suene extremadamente ingenuo, creo sinceramente que el problema viene de la necesidad de que nos vean como alguien listo que tenemos todos, que a su vez viene de una concepción de éxito más bien estúpida. Si no tuviéramos la necesidad de demostrar nada a nadie no habría necesidad de plagiar nada. Si confiáramos en nuestras propias ideas o no tuviéramos miedo a hacer cosas inútiles o “de mala calidad” no habría tampoco este problema. Y es esto último lo que yo veo de negativo al plagio. El problema no es robar, el problema es intentar engañar a los demás para crear una imagen falsa de ti mismo que no sirve de nada a nadie y que además evita activamente que haya innovación. Todo el esfuerzo que se invierte en plagiar y hacer pasar el plagio como propio es esfuerzo que no se invierte en intentar crear algo nuevo. El arte, en una acepción extremadamente amplia en la que entra cualquier cosa que se haga sin intención de lucrarse directamente, es más valioso por el propio proceso y lo que surge durante este que por el resultado final.

Y con esto, dejo a deber una segunda parte en la que hablar de las consecuencias que tiene la idea de propiedad como algo sagrado en la vida de las personas con un ejemplo tan extremadamente sangrante como fue el desarrollo de la vacuna del COVID.