Poesía después de Rafah

Hay una cita de Adorno que se hizo muy famosa: Escribir poesía después de Auschwitz es un acto de barbarie. Lo que quería decir se entiende. Tras una barbaridad tal como el Holocausto, no tenemos derecho a hacer algo tan frívolo como la poesía. Pues bien, Adorno era gilipollas y esa forma de ver el mundo no solo peca de un sesgo brutal, si no que además está claramente en contradicción con lo que suele pasar.

Hoy podríamos parafrasear a Adorno diciendo que escribir poesía después de Rafah es un acto de barbarie. Cada genocidio es hijo de su tiempo, de la industrial brutalidad del Holocausto a la hiperexposición y normalización digital de Palestina. Y contra todo, se sigue escribiendo poesía. De una forma literal, por ejemplo la Gaza Poets Society trae al mundo las palabras de quienes están sufriendo y aún así encuentran en la poesía una forma de expresión, pero también de una forma más figurada, en forma de actos que podrían considerarse poesía en un mundo roto. Algo tan sencillo como cuidar de los gatos que merodean sin entender por las ruinas de las ciudades o dar de comer a los niños la mejor comida posible en una zona que ve más bombarderos que camiones de ayuda humanitaria.

Entender la poesía de una forma tan abierta, tan general, quizá sea excederse en busca de un poco de esperanza, pero si algo nos han enseñado los últimos ciento cincuenta años además de que las personas preferimos invertir en matarnos unos a otros que en hacer un mundo para todos, es que el arte se extiende mucho más allá que los libros. Quien hace poesía y quien la recibe participan ambos de la poesía, quien ve poesía en gatos bebiendo leche en medio de un edificio derribado y quien da de beber a esos gatos hacen ambos la poesía.

La esperanza es una moneda rara últimamente, especialmente relacionada con Palestina. Cuando se recrudeció la campaña de bombardeos y asesinatos, allá por finales del año pasado, los palestinos pedían que el mundo hablase de lo que les estaba ocurriendo. Cuando el mundo habló y no sirvió para nada, comenzaron a pedir que no les olvidaran y cuando el mundo les olvida, piden a sus hijos que ellos recuerden lo que les pasó a sus padres.

El mundo está muy muy jodido. La (relativa) paz que hemos disfrutado en occidente éstas últimas décadas está desapareciendo delante de nuestros ojos. No ha habido, al menos desde 2019, ningún año sin media docena de noticias que afectasen de una forma u otra a todo el planeta. Los sistemas económicos se hunden, los sistemas políticos van detrás y las ratas que se quedan acorraladas muerden todo lo fuerte que pueden. Las armas y los soldados están en auge y los recursos y la calidad de vida en declive. Rafah, por desgracia, es sólo un síntoma.

“Al menos me queda la palabra” decía Blas de Otero en uno de sus poemas más conocidos. Y si queda la palabra, por lo menos podemos seguir quejándonos. Los de Marras lo ponen un poco más rock & roll cuando cantan: “[…]Todavía tengo dientes y una lengua pa’ gritar/[…]/Que a pesar de tanta mierda, aún estoy vivo pa’ luchar”.

Por desgracia para los que los vivimos, estos son tiempos de poesía.