Hace no mucho he encontrado una novela que me ha apasionado como pocas y como desde hace bastante tiempo ninguna lo hacía. Seguramente si eres lector entenderás de lo que te hablo: esa especie de obsesión por continuar la trama enfrentada a esa especie de obsesión con controlarte a ti mismo y no leer mucho porque lo quieres disfrutar durante más tiempo. Esta sensación es lo que yo creo que hace a una novela buena, despertar tanto interés que no quieres responder a tus preguntas porque sabes que después de eso se acabó. La novela en cuestión es La Muerte del Comendador, de Haruki Murakami.
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Haruki Murakami molando fuerte |
Esta novela tiene un pequeño truco y es que está divida en dos tomos vendidos por separado, supongo que porque comercialmente es más fácil vender dos partes de 400 páginas que una de 800. A mí esto me ha dado igual porque lo he cogido en la biblioteca, pero los días entre que acabé el primero y el segundo estuvo disponible son fácilmente los peores días que he pasado en relación a una novela en mi vida. Ese era el nivel de interés que tenía en la historia. El primer tomo acaba en mitad de la historia, de forma brusca (supongo que a posta, para que compres el segundo) y en el segundo se desarrolla la historia hasta su final. No quiero destripar la novela porque aun con todo lo que voy a decir a continuación me parece una novela extremadamente buena, por lo que no debéis preocuparos por spoilers concretos de la trama. Tened en mente que es una novela magistralmente escrita y que te absorbe en una trama con varias ramificaciones distintas muy interesantes en general. Hasta que llega el final.
El final es el problema. Y creo que hay una tendencia en la literatura actual a que los finales sean como este: bonitos, agradables y, en consecuencia, malos. Y no es que crea que no puede haber finales en los que a los personajes les salgan las cosas bien, por supuesto que sí, la vida tiene historias que acaban bien al igual que historias que acaban mal, pero creo que en la literatura comercial se tiende cada vez más hacia los finales que acaban bien aun cuando la propia historia no lleva a un final que acabe bien. El problema es similar al de la equidistancia que traté en esta otra entrada: los finales que acaban bien venden mucho más porque no requieren inversión emocional por parte del lector. Es más sencillo digerir un final que acaba bien porque no tienes que sentir como un personaje al que has seguido durante cientos de páginas y con el que has tomado simpatía lo pasa mal. Personalmente, no me gusta un pelo. Me gustan los finales amargos, hacen que la historia se quede contigo más tiempo. Y no me valen esos finales amargos pero dulces del estilo de El Nombre de la Rosa de se quema todo pero por lo menos nosotros estamos bien. Quiero finales en los que haya gente que muera, que sufra, que pierda. Quiero identificarme con en que pierde en la historia, con el que no le queda nada después de la aventura porque hay momentos en la vida en los que voy a tener que estar así y eso me sirve de preparación.
El monopolio de los finales positivos es una consecuencia del modelo de mercado que obviamente prima las ventas por encima de cualquier otra cosa. Si un lector dice “no me voy a comprar el siguiente libro de XXXXX porque el último me dejó con mal sabor de boca”, es una venta que pierden, y están dispuestos a sacrificar cualquier consistencia en las historias que venden por una venta. Los finales buenos (la mayoría) no son más que una consecuencia de la cobardía empresarial, una consecuencia de la mercantilización de la literatura, que la ha convertido en un producto más que en una expresión artística. Los Murakami y Revertes no son artistas, son poco más que tenderos venidos a más, lo cual no quita para que su producto sea disfrutable, ojo. Los grandes nombres actuales en la literatura lo son por sus ventas, no por las historias que cuentan. Por sus productos, no por su arte. Son capaces de suministrar drama en cantidades suficiente para que algo parezca dramático, pero teniendo el comodín del final bueno. Ellos no son personalmente responsables de esta situación, no son más que títeres de un mercado que se aprovecha de los productores que le conviene y deja fuera a los que no le conviene. Pero lo que ellos producen ha sido un arte durante toda la historia de la humanidad, y están ayudando a desvirtualizarlo con la mercantilización mientras creen que siguen haciendo avanzar el arte. Me parece bien que produzcan todo esto que producen, y si se hacen millonarios con eso pues mejor para ellos, pero quiero decir desde aquí que lo que hacen no me parece arte, me parece un producto destinado a un mercado global, sin intención ni controversia posible.