Me gusta Sherlock Holmes. Me gusta bastante. Me gusta hasta el punto de haberme leído todo lo que Conan Doyle escribió sobre el personaje, más de una vez. Pero Sherlock Holmes tiene un problema. Y no sólo él, todos los cientos de personajes inspirados en él que han ido surgiendo a lo largo de estos últimos casi 150 años desde su nacimiento.
Recientemente he leído las novelas de Juan Gómez Jurado, Reina Roja y su secuela Loba Negra. Sin entrar en spoilers, diré que la pareja protagonista es otra de las copias de Sherlock y Watson, a saber, el genio de la deducción con comportamientos sociales extraños, misántropo y claramente por encima del común de los mortales y el compañero fiel que se ocupa de que no le pase nada malo en el mundo que no acaba de comprender, que es de las pocas personas que le aguantan y que se dedica a sufrir porque el genio hace cosas raras sin tener en cuenta su opinión. Lo normal, vamos. Yo no veo problema alguno en utilizar y dar una vuelta al personaje, de hecho hay grandísimos personajes cuya génesis está en este mismo arquetipo como Batman, que recordemos, es “el mejor detective del mundo”. El problema lo veo en que el personaje desde su inicio tiene un gran problema, problema que en mi opinión nadie ha sabido resolver correctamente.
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Sherlock (Benedict Cumberbatch) y Moriarty (Andrew Scott) de la serie de la BBC Sherlock |
En el caso de Sherlock ese problema tiene un nombre: Moriarty. En el caso de Batman es el Joker. En el caso de Reina Roja existe pero no quiero desvelar nada para evitar hacer spoiler. Y que no se me entienda mal, Moriarty y el Joker son grandísimos personajes, tan grandes que a veces eclipsan a sus protagonistas. Y ahí está el problema. Cuando creas la máquina perfecta de resolver acertijos, la inteligencia suprema con cientos de medios a su disposición para hacer aún mejores sus capacidades deductivas, al final los casos normales saben a poco. Pero claro, no puedes simplemente coger a un cualquiera de la calle para que sea su rival, no. Tiene que ser un personaje al menos tan absurdamente inteligente y con acceso a recursos tan absurdamente alocados como para que el enfrentamiento esté igualado. Porque todo el mundo se cansa de ver ganar siempre al héroe, todo el mundo se cansa de que se resuelvan sin más los casos. La trama del propio personaje pide, por sus características, un rival igual de preparado, igual de loco, pero que aplique esas capacidades para el “mal”, para “hacer daño”.
Así, el antagonista se convierte en un espejo del protagonista: mismas virtudes pero distintos defectos. Y eso es muy muy difícil de argumentar y defender dentro de una trama con sentido. Inevitablemente la locura de los planes y las ambiciones escalan hasta cotas elevadísimas. La motivación del héroe es clara: detener al villano, porque eso es lo que hacen lo héroes, pero ¿y la del villano? Pues las motivaciones del villano suelen ser o extremadamente rebuscadas de forma que resultan poco creíbles o simple y llanamente económicas, de forma que resulta considerablemente absurdo ver a un personaje tan por encima de los demás en cuanto a inteligencia se supone hacer esas gilipolleces para conseguir dinero. Aquí quiero hacer un aparte para el Joker, cuya motivación es que está loco y ya. Es una solución que a mí no me acaba de convencer. Por un lado tienes la espalda cubierta en cuanto a los planes descabellados con objetivos raros y aparentemente sin sentido, porque bueno, está loco, es lo suyo. Pero a mí me cuesta imaginar alguien a quien pones como un loco incapaz de ver la realidad haciendo esos planes tan elaborados y que requieren de una logística digna de un aeropuerto internacional. No lo veo. Como en la mítica escena de El Caballero Oscuro de Nolan, en la que el Joker le pregunta al recién creado Dos Caras “¿Parezco un tipo con un plan?”. Evidentemente no lo parece, y evidentemente si está tan loco como aparenta no debería ser capaz de crear y llevar a cabo un plan tan complejo y lleno de detalles. O loco o buen organizador, todo no se puede ser.
Fotograma de la mítica escena de El Caballero Oscuro |
¿Y adónde lleva todo esto de lo que estoy hablando? A las cascadas de Reichenbach, a la muerte de Sherlock y Moriarty. Y a un final pésimo. Tanto que el pobre Conan Doyle tuvo que revertirlo porque sus lectores se enfadaron. Pero claro, una vez establecida la superioridad del protagonista y del antagonista respecto al resto del mundo, una vez establecida la guerra entre ambos, uno por conseguir dios sabe qué, el otro por evitar que lo consiga. Una vez establecida la increíble igualdad entre ambos, sólo superable por un truco inesperado y desesperado, sólo hay una solución posible. La muerte de ambos personajes es la conclusión lógica. Si el protagonista muere y el antagonista no, es un mal final porque nadie sería capaz de detenerle en su conquista del mundo, sus trapicheos o lo que quiera que haga. Si el antagonista muere y el protagonista no, da la sensación de que la igualdad que había entre ellos no era más que una ilusión artificial para mantener la trama durante más tiempo, además de que en muchos casos el protagonista no quiere matar porque eso no es algo bueno. Y si ambos mueren, se acabó la historia. No hay alternativa buena posible a esta situación en la que el propio personaje te pone ya desde su creación. O al menos nadie ha sabido encontrarla.
Reichenbach es la solución más elegante, pero poco satisfactoria como final. La historia de Batman y el Joker no acabará nunca porque pase lo que pase el final no le va a gustar a la mayoría de la gente y eso vende menos. Si Sherlock gana volvemos a los aburridos casos de perros fantasmas y pelirrojos. Si Moriarty gana el mundo está condenado. La única alternativa que nos queda es disfrutar el camino, porque el final va a ser decepcionante sí o sí. Hasta que alguien de con una solución ingeniosa de verdad algún día. O no.